EL MATRIMONIO

DIOS CREÓ EL SEXO 1El matrimonio no puede considerarse, propiamente, una institución humana. No debe su existencia al poder político y civil, ni al religioso: nace de la propia naturaleza humana que ha hecho al hombre y a la mujer seres sexuados y complementarios. Es, por lo tanto, una realidad antropológica que está en la esencia misma del hombre y de la mujer, del mismo modo que la religiosidad y la sociabilidad son características constitutivas del ser humano.

Desde siempre, el hombre y la mujer han experimentado la fuerza de su sexualidad que, sin olvidar otros sentimientos superiores o distintos al simple deseo sexual, les ha llevado a desear unirse formando así lo que ha dado en llamarse una familia. La sociedad está, por lo tanto, constituida por el conjunto de las diversas familias.

Esta unión que llamamos matrimonial entre un hombre y una mujer, ha tenido, al menos desde que existen datos históricos, una gran importancia y ha suscitado leyes para protegerla, favorecerla y establecer o reglamentar la relación entre sus miembros y entre los de otros grupos. En todas las legislaciones (dejando aparte algunas excepciones secundarias debidas a especiales factores culturales), el matrimonio ha sido considerado, exclusivamente, como la unión realizada con plena libertad de un hombre con una mujer para la formación de un grupo (familia), basado en la estabilidad, la mutua fidelidad y protección y para atender al cuidado de los hijos.

De todo esto se desprende la conclusión de que el matrimonio es anterior a la Sociedad y al Estado, incluso a la Religión, pero no le es ajeno a ninguna de esas Instituciones.

  • El Estado ha de favorecer con sus leyes y ayudas, las condiciones esenciales por y para las que se produce esta unión, solemnizada y estipulada contractualmente en sus efectos civiles.
  • La Sociedad, en todos sus grupos y estamentos, ha de respetar las leyes que garantizan y avalan la protección de la célula familiar y de sus derechos que, a modo de compensación, son favorables a todo el tejido social por comportar, también por parte de las familias, determinados deberes para con toda la sociedad, a la que vitalizan y dan consistencia y estabilidad.
  • La Religión, a partir del sentimiento religioso de sus miembros, que desean dar un sentido trascendente a su unión matrimonial, por la importancia que le atribuyen para ellos mismos y para el conjunto de la sociedad, ampara y bendice, según los ritos y creencias propios, dicha unión.

Resulta interesante resaltar que la unión matrimonial, tanto en su aspecto civil como religioso, siempre ha sido considerada un acontecimiento solemne y festivo.

La Iglesia Católica ha considerado desde tiempos antiguos el matrimonio formalizado en el seno de la comunidad eclesial, entre bautizados, como un sacramento. Es decir: al tener su origen en Dios, autor de la Naturaleza, está fundamentado en su voluntad y es vehículo de su gracia y de sus dones; además de todos los efectos civiles que comporta, podríamos decir que es algo más que un simple contrato, convirtiéndose en un compromiso mutuo de los esposos y que, por lo tanto, lleva un valor añadido que le confiere una dignidad superior que consolida y ampara las cualidades innatas que a la unión matrimonial se le han reconocido desde siempre.

Por lo que se refiere al matrimonio civil, así como a cualquier otro matrimonio religioso, se les puede considerar verdaderos matrimonios. Por lo tanto, a quienes pretendiendo casarse canónicamente, se aprecian en ellos graves carencias que no les hacen aptos para recibir el sacramento, por falta de verdadera fe o por tener un concepto irreductiblemente equivocado de lo que es el matrimonio cristiano, pienso que es recomendable, aunque sea por simple coherencia, que se les aconseje contraer matrimonio civil.

No obstante, si una pareja casada civilmente, decide posteriormente contraer matrimonio canónico y cumple los requisitos para ello, la Iglesia no tiene ningún inconveniente en que se formalice dicho matrimonio; del mismo modo, si uno o ambos contrayentes proceden de anteriores matrimonios civiles, anulados mediante divorcio, pueden contraer matrimonio religioso, aunque en estos casos sea necesaria una mayor cautela para asegurarse de los verdaderos motivos que les llevan ahora a querer contraer un matrimonio canónico y de su disposición para ello.

En algunos países, los contrayentes formalizan primero el matrimonio civil e inmediatamente después, si éste es su deseo, celebran el matrimonio en el seno de la Iglesia. En España, por establecerlo el Concordato vigente, los matrimonios religiosos tienen también validez a efectos civiles, quedando registrados legalmente.

Dadas las especiales características del matrimonio que, como se ha dicho anteriormente, consiste en la unión de un hombre y una mujer que deciden hacerlo por propia iniciativa, y (excepto en algunas culturas) de forma libre y voluntaria, son ellos, en nombre propio, quienes formalizan ante la comunidad civil y la religiosa su unión. No les casa nadie: se casan ellos mismos. (En el catolicismo, son ellos, los contrayentes, los ministros y al mismo tiempo, los sujetos, del sacramento). Lo que podría parecer un contrasentido, casarse dos veces, una civilmente y otra en la comunidad eclesial, no lo es, puesto que, aunque la finalidad es la misma, son ámbitos distintos con efectos también diferentes: en un caso civiles, de carácter legal, con vistas a la inserción en la sociedad, y en el otro, de carácter espiritual, por la gracia del sacramento y de sus repercusiones como miembros de la comunidad eclesial.

Tampoco debe extrañar que la Iglesia desaconseje el divorcio  y todo lo que pueda facilitar la ruptura de un matrimonio, aunque se trate de un matrimonio civil, pues la esencia de toda unión matrimonial es la estabilidad para el bien de la familia y de la sociedad de la que forma parte. De todas formas, si en la legislación civil se ha previsto la posibilidad del divorcio, y éste se ha llevado a cabo, no debe haber inconveniente para un posterior matrimonio canónico de uno u otro de sus miembros, una vez hayan demostrado convenientemente su capacidad y disposición para recibir el sacramento de forma consciente y responsable, tal como he dicho anteriormente.

La Sociedad y el poder civil tienen el deber de defender con sus leyes esas cualidades características del matrimonio que le son esenciales y, de ninguna manera, están moralmente legitimados para emitir otras leyes que pongan en entredicho, anulen o desvirtúen dichas cualidades.

Al Cristianismo y, por consiguiente a la Iglesia Católica, nada de lo que tiene relación con el bien de las personas y de la Sociedad, le es ajeno; por ello tiene el deber y, en consecuencia, se le ha de reconocer el derecho a defender y señalar, con la doctrina de que es depositaria, los verdaderos derechos y las verdaderas obligaciones de las personas y de la Sociedad, proponiendo a quienes corresponde, los criterios básicos (que están implícitos en la propia definición del matrimonio) y que no pueden ser olvidados ni menospreciados ante la desinformación, la manipulación ideológica y las presiones interesadas de colectivos que anteponen un subjetivismo con dosis de sentimentalismo demagógico, a la razón objetiva y al bien último del Hombre y de la Sociedad. matrimonio

No debe confundirse la anulación de un matrimonio civil (divorcio), con la declaración de nulidad de un matrimonio canónico. En el primer caso se trata de disolver, por voluntad de uno o de ambos cónyuges, el contrato que, en principio, puede considerarse válido, de una unión matrimonial civilmente contraída. En el segundo caso se trata de declarar de forma oficial, después de las investigaciones correspondientes, que no ha existido verdadero matrimonio, y que, por lo tanto, éste ha sido nulo, en base a determinadas circunstancias o factores que, por su naturaleza, han viciado la esencia del mismo, invalidándolo.

Entresaco de la definición de “matrimonio” que proporciona el “Diccionario Enciclopédico Salvat”, el siguiente comentario:

En todas las épocas y en todos los países, el matrimonio ha sido incorporado a la vida colectiva, reconociéndose su trascendencia social (…) la unión legítima de hombre y mujer, que no es una mera sociedad ni un convenio, es más bien un complemento que forma el ser social perfecto».

Solón lo definió como

sociedad íntima entre el marido y la mujer, que tiene por objeto formar una nueva familia, disfrutando ambos de su ternura recíproca;

Ulpiano, como

unión de un hombre y una mujer con el propósito de vivir en comunión indisoluble

y Santo Tomás, en breve y justa frase, como

unión de los cuerpos y de las almas.

Algunos ven el valor sociológico de la institución en la propia etimología de la voz; pero se citan varias, aunque la más generalmente aceptada es la que la hace derivar de ‘matrem muniens’ (defensa de la madre), que expresa el deber del marido respecto de la esposa, en el sentido de amparo y protección.

“Los ritos cristianos que acompañan a la celebración del matrimonio se introducen tardíamente en la práctica litúrgica de la Iglesia. Ignacio, obispo de Antioquía, pide simplemente a los fieles, a finales del siglo I, que se casen

con el consentimiento del obispo, a fin de que el matrimonio sea conforme al Señor y no sólo por deseo. (“Matrimonio y Familia”, nota 10, pág. 49).

En los primeros tiempos del cristianismo,

“El matrimonio nunca había tenido un rito propio entre los cristianos. La costumbre era casarse como todo el mundo, y para los creyentes eso bastaba. Poco a poco, sin embargo, se fue introduciendo la costumbre de bendecir a los nuevos esposos e incluso de invitarles a oír misa. A raíz del derrumbamiento carolingio, la Iglesia, los eclesiásticos, tuvieron que suplir a la administración civil. En esta época, hacia el siglo X, para proteger a las doncellas contra los abusos en boga (rapto, intimidaciones, compra, etc.) y garantizar la absoluta libertad de los contrayentes, se decretó celebrar los matrimonios en público, en la plaza pública, o sea, delante de la iglesia (coram facie ecclesiae). De la puerta de la iglesia , la ceremonia penetró al interior y lo que era costumbre comenzó a ser rito religioso. Pero el matrimonio seguía siendo el consentimiento mutuo, lo otro era ceremonia”. (“La Iglesia”, pág. 155).

J.A.P.L.

04-08-2004

LA EXTINCIÓN HUMANA ES BUENA

ecofascismo

En un artículo aparecido en Internet, se habla del ecofascismo, o fascismo, sólo que vestido de verde. Esta es la ideología que profesan de forma solapada los líderes del movimiento ecologista internacional. Sus objetivos, recogidos en célebres citas, aterran:

“La Tierra tiene cáncer, y ese cáncer es el hombre”.

Dicho artículo se encabeza con otra frase no menos explícita:

“La extinción humana es buena”.

El ecologismo más radical […] la élite verde, defiende la imposición de una economía planificada, dirigida desde los poderes públicos, la instauración de un régimen autoritario mediante la “suspensión de la democracia” y la creación de un gobierno mundial, así como la eliminación de población por causas medioambientales (la exterminación de los judíos efectuada por los nazis se efectuó por motivos radicales (sic) [raciales?]).

Algunas de las citas:

“La extinción de la especie humana no sólo es inevitable, es una buena cosa” (Christopher Manes, Earth First!).

“Buscando un nuevo enemigo frente al que recobrar la unidad de acción se nos ocurrió la idea de que la polución, la amenaza del calentamiento global, el déficit de agua potable, el hambre y cosas así cumplían muy bien esa labor” (Club de Roma).

“Necesitamos un amplio apoyo para estimular la fantasía del público… Para ello debemos ofrecer escenarios terroríficos, realizar declaraciones dramáticas y simples  y no permitir demasiadas dudas… Cada uno de nosotros debe decidir dónde está el balance entre la efectividad y la honestidad” (Estephen Schneider, Stanford Profesor of Climatology).

“No importa lo que es verdad. Sólo cuenta lo que la gente cree que es la verdad” (Paul Watson, cofundador de Greenpace).

Abril 2010

EN TORNO AL PECADO ORIGINAL – POLIGENISMO Y EVOLUCIONISMO

(Antonio Udina, S. J., en “LA VANGUARDIA ESPAÑOLA”)

Uno de los temas que, como ejemplo de abusos –infundados- de interpretación del Concilio, se tratan  en la carta dirigida a todos los obispos por la Congregación para la Doctrina de la Fe.., es el del pecado original.

La materia es poco conocida aún de los fieles instruidos: la inmensa mayoría sólo sabe que existe un pecado original, heredado del primer hombre, Adán, que se borra o quita por el Bautismo. Y no saben más.

La existencia de pecado original nos consta por la Sagrada Escritura, especialmente por el capítulo III del Génesis y mayormente por la carta de San Pablo a los Romanos, capítulo V. Con ello queda dicho que, pese a grandes diferencias en la explicación, la existencia del pecado original está admitida por todas las confesiones cristianas: Católicos, Ortodoxos y Protestantes.

El pecado lo cometió Adán, y fue en él un pecado personal. Pero inficiona a todos los hombres (exceptuados únicamente Jesucristo y su Madre Santísima), en quienes no es pecado personal, sino de la naturaleza humana. Esencialmente consiste, según la doctrina católica en la privación de la llamada “justicia original”, cuyo primer y principal elemento es la gracia santificante; y son sus consecuencias, la muerte, el dolor, la insubordinación de las pasiones, la dificultad intelectual para conocer todas las conclusiones éticas con certeza y la inclinación al mal.

La reparación y liberación del pecado original, sobre todo en cuanto comporta privación de la Gracia, la realizó Jesucristo por su “misterio Pascual” o de tránsito por la Muerte y la Resurrección.

El pecado original es teológicamente un profundo misterio, uno de los profundos misterios del cristianismo. Su verdad, su existencia nos consta (como he dicho) por la Sagrada Escritura; y la Iglesia la tiene como dogma, definida en los Concilios no ecuménicos de Cartago (año 418) y de Orange (529) y en el ecuménico de Trento (1546).

La citada carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe (24 de julio de 1966), llama la atención sobre el poco caso que algunos hacen hoy a la doctrina del Concilio de Trento sobre el pecado original. Ya pocos días antes (11 de mismo mes) el papa, personalmente, habló del tema a los miembros de un simposio de teólogos con mayor amplitud. Y les señalaba la discrepancia irreconciliable entre la doctrina católica sobre el pecado original y dos hipótesis (que no pasan de hipótesis) sostenidas modernamente; el poligenismo y el evolucionismo rígido.

El poligenismo es la hipótesis según la cual no todos los hombres descienden de una primera pareja: unos sí y otros no. Si la teoría fuera verdad, unos hombres, los descendientes de Adán y Eva, heredarían el pecado; los otros no; contra la clara enseñanza de San Pablo. Cierto es, además, que el poligenismo no puede aportar la más mínima demostración o hecho en su favor.

El evolucionismo (que tal como lo describe el Papa es lo mismo que transformismo) es otra hipótesis según la cual, unos seres, unas especies biológicas, proceden de otros por evolución. Así el hombre (la especie humana) descendería del mono. Hay dos géneros de evolucionismo: el rígido y el mitigado. El primero niega la espiritualidad del alma humana o la cree procedente de la materia por evolución. Es doctrina reprobada por la Iglesia.

El evolucionismo mitigado abraza la doctrina de la evolución en cuanto al cuerpo humano; pero admite la creación por parte de Dios, de cada alma. La Iglesia nada dice en pro o en contra de este evolucionismo mitigado; es una cuestión puramente científica, pues la Revelación lo mismo permite entender que Dios creó directamente cada una de las especies, como que pudo crear una primera y única que evolucionase.

El lector sentirá probablemente curiosidad de saber qué dice la ciencia. Procuraremos satisfacerle con tres testimonios científicos.

Jean Rostand, científico evolucionista –y ateo- dice: “Creo firmemente, porque no veo cómo poder arreglarme de otro modo (si no es que acepte la creación) que los mamíferos han venido de los lagartos, etc., pero, cuando afirmo tales cosas, y pienso en ellas, prefiero dejar a la vaguedad el origen de estas escandalosas metamorfosis antes que añadir a su inverosimilitud una interpretación burlona”.

Teilhard de Chardin, afirma que no sólo no se encuentran, sino que no es posible encontrar los fósiles de los “eslabones” entre una especie y la que resultaría de su evolución; porque dice, eran seres muy delicados, y han desaparecido sin dejar rastro. Es decir, prescindiendo del valor de la razón aducida, no hay un solo hecho demostrado, sólo hay hipótesis.

Louis Bounoure, catedrático de ciencias en Estrasbourg, escribe (1964, París, ed. Robert Laffont): “Ninguna explicación es más contraria a la realidad, pues jamás se ha visto que una especie se transformara en otra ni en la naturaleza ni en los innumerables experimentos intentados… Es insensato imaginar que hayan podido descender unas de otras… La evolución biológica no es sino un mito”.

Después de esta breve excursión científica, concluyamos con que la doctrina cristiana, revelada por Dios a los hombres, sobre el pecado original no puede aceptar, como ha recordado Paulo VI y ya dijo Pío XII: “Humani Generis”, ni el poligenismo ni el evolucionismo rígido.  Pretender una componenda entre esas teorías y aquella doctrina –incluso apoyándose en la libertad de investigación que el Concilio y el Papa gustosamente reconocen- es uno de los abusos de interpretación de la letra y del espíritu del Concilio.


EL EVOLUCIONISMO

(De la sección : “Cartas a La Vanguardia”, de “La Vanguardia Española”)

Señor director de “La Vanguardia”:

En relación con el artículo del Rdo. Padre Udina, publicado el día 30 pasado, quisiera hacer a su autor dos consultas públicas:

1.- Entre los docentes de la Universidad de Barcelona en Ciencias Naturales, y entre los licenciados en los últimos quince años, cuántos cree que pueden ser no evolucionistas.

2.- Para un creyente católico, aceptar el poligenismo, cree que es:

a.- una posición heterodoxa condenada por el Magisterio infalible.

b.- una posición simplemente atrevidísima y peligrosísima del tipo, por ejemplo, de la que en tiempos pasados costó tantos disgustos a Galileo.

Con mi anticipada gratitud, a usted por la publicación y al autor por la meditada respuesta,

atentamente,

Jordi GOL.


Señor Director de “La Vanguardia”.

Estimado Director:

Acabo de leer en el periódico de su digna dirección el artículo del padre Udina: “En torno al pecado original, poligenismo y evolucionismo”, y he sentido la imperiosa necesidad de salir al paso de tópicos irritantes para el buen entendimiento entre los hombres y de prejuicios calamitosos para el progreso de las ciencias divinas y humanas.

Con todo el respeto y veneración que me merecen su persona y condición me atrevo a salir al encuentro del padre Udina para decirle, con todo comedimiento, que los evolucionistas no piensan ni creen, ni muchísimo menos, dicen que el hombre descienda del mono.

Lo contrario, señor director, lo han dicho, propagado, difundido y atribuido a los evolucionistas, desde los tiempos de Darwin, precisamente los enemigos del evolucionismo.

Le saluda atentamente.

A. C. M.


Sr. Director de “La Vanguardia”

Distinguido Señor:

Remito a su consideración y prudencia la publicación de esta carta: no soy un sociólogo profesional, y por tanto, desconozco exactamente las repercusiones a que ello pudiese dar lugar.

Por razón de la especialidad médica que cultivo, me encuentro constantemente, en la clínica y en la investigación, con huellas patentes del evolucionismo biológico. Esta teoría que supone la transformación de unas especies vivas, animales o vegetales, en otras, a través del tiempo, está hoy en día merced al concurso de ciencias auxiliares: Paleontología, Genética, Biogeografía, Biometría, Filogenia, etc., revestida de tal rigor científico, que su veracidad ya no se discute, y solamente se experimenta y especula en torno a los mecanismos y causas determinantes de este proceso.

En el curso de conversaciones con amigos, la mayor parte universitarios alejados del campo de la biología, y en una encuesta privada –sin ninguna pretensión científica- que he verificado, he podido observar el rechazo que se hace de esta teoría por la dificultad que encuentran para armonizarla con sus creencias religiosas. Séame permitido informar brevemente sobre ello.

Convertido en arma del materialismo científico, especialmente a partir de la obra de Haeckel, el discípulo alemán de Darwin, el evolucionismo había adquirido un matiz de heterodoxia que poco a poco ha ido perdiendo. La problemática del desacuerdo entre la Ciencia y la Fe, se encontraba en la discordancia entre lo que nos dice el Génesis, primer libro de Pentateuco, en el que se describen el origen de los mundos terrestres y sideral del hombre, con los resultados obtenidos por los científicos durante el siglo XIX. En los capitulos: 1º, vers. 1, 2, 3, 6, 9, 14, 16, 20, 21, 24, 26 y 27; 2º, vers. 4, 7, 19, 21 y 22; 5º, vers. 1 y 2; 6º, vers. 6 y 7, del Génesis, se centraba la discusión.

El P. Lagrange, dominico, supuso que cada autor sagrado, inspirado por Dios, y en el sentido de autor que León XIII en su encíclica “Providentissimus”, da al Señor, escribiría según su peculiar estilo, estando éste condicionado a la personalidad física, intelectual, social… del relator. Lógicamente algunos tenderían a escribir alegóricamente, otros en forma epistolar, o en parábola, dialécticamente, con rigurosidad científica, o en poemas, y por tanto en la interpretación deberemos tener en cuenta el “género literario” en que está expresado, lo que nos ayudará a comprender la intención del escrito.

Ante todo, debe aclararse que el Génesis es un libro “protocanónico”, es decir, un libro cuya autenticidad deística no ha sido nunca desvirtuada. Con la denominación de “deuterocanónicos” se designa a aquellos que en determinados momentos –primeros siglos del cristianismo- han suscitado alguna duda.

Veamos qué nos dicen los documentos de la Iglesia en uso de su Sagrado Magisterio.

Descartando las conclusiones del Concilio de Vienne (1311-1312) que define la unión del alma y el cuerpo muy deletéreamente , lo que ha dado lugar a gran número de interpretaciones, y la del Concilio de Colonia (1860) que era provincial y por consiguiente, sin aplicación universal, cuatro son las manifestaciones de la Iglesia Católica a este respecto:

1.- Respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica de 30 de junio de 1909, al ser interrogada sobre el carácter histórico de algunos capítulos del Génesis: Se niega la no existencia de “sentido literal histórico”.

2.- Alocución de Pío XII a la Pontificia Academia de Ciencias (1941): se deja libre de censura el evolucionismo moderado teístico.

3.- Pío XII en su encíclica “Divino Afflante Spiritu” (1943): Se admite la concepción del P. Lagrange sobre los “géneros literarios”.

4.- Pío XII en la encíclica “De Humani Generis” (12 de agosto de 1950): Se deja libertad a los católicos para ser evolucionistas, aunque recomienda mesura. Declara a las almas creación de Dios y descarta el poligenismo (multiplicidad de primeras parejas).

La Iglesia rechaza el monismo, doctrina filosófica que no admite la doble naturaleza cuerpo-espíritu del hombre; nada nos dice sobre la evolución de los seres vivos, o el paso de la materia inorgánica a la orgánica, o la evolución cósmica, integral que para nada afecta a la Causa Primera, ya que no es de su incumbencia, puesto que es un campo que atañe a la ciencia; y deja en discusión, dentro de la ortodoxia católica, el origen de Eva, y la existencia de una especial intervención de Dios con la finalidad de preparar el cuerpo del primer hombre para recibir el alma.

No se puede hoy hablar de evolución y catolicismo sin mencionar al Jesuita francés P. Teilhard de Chardin. Su obra ha contribuido como la de ningún otro a compatibilizar ambas concepciones. Pretende Teilhard que la materia posee dos tendencias: una “entrópica” de ramificación y pluralización que conduce cada vez a estados más probables, y otra “sintrópica”, de complejización que lleva cada vez a estados menos probables… La vida responde a esta última tendencia.

Este planteamiento había sido hecho ya por Lecomte de Mouy basándose en físico Boltzmann, que demostró que este devenir hasta estados más probables conducía a una siempre creciente simetría. El desarrollo de la vida y el acúmulo gradual y progresivo de especializaciones que comporta, son por el contrario, fuente de disimetrías. Para de Nouy, la “antiprobabilidad” (Dios) que dio origen y sigue manteniendo esta tendencia al desequilibrio era una de las pruebas más duras que se levantaban contra el materialismo monista.

Desde el hormiguear de corpúsculos (protones, electrones, etc.), pasando por el átomo, la molécula, los agregados macromoleculares protéicos, el ser vivo, (fase de vitalización o filetización), la cefalización, el hombre (fase de hominización o de ser vivo reflexivo), la sociedad, hasta llegar al “punto omega”, que representa la unión con Dios, asistimos a una ortogenética ascensión. La ortogénesis consiste para el P. Teilhard de Chardin en la complejización progresiva y dirigida, traducida en los seres vivos por la complicación creciente del sistema nervioso.

En el desarrollo de la penúltima fase: la del hombre como componente de un grupo social, y por indudable influencia, en mi entender, de la Gestaltpsychologie, diferencia la falsa de la verdadera complejidad, según la cual, ésta no sería una simple agresión, sino una combinación: aquella forma superior de agrupación, caracterizada por un número fijo de elementos, tales como el átomo, la molécula, la célula… con individualidad propia. En virtud de lo cual el resultado de la evolución de un determinado grupo social no se correspondería con el de la suma de los procesos evolutivos de los individuos que componen ese grupo, considerados por separado. Lo que nos lleva a la conclusión de que por el hecho de evolucionar en grupo se adquiere una cualidad que no hubiese aparecido de no darse esta circunstancia.

La “Noosfera” o esfera pensante se superpone a la Biosfera. El hombre reflexivo se agrupa y la etapa social se manifiesta, pero esta socialización, que en una primera etapa se disemina: a través del aumento de población (conseguido a su vez por las ventajas que conlleva la agrupación), de la continuidad de las civilizaciones (Toynbee), desembocando en la valoración del individuo (derechos humanos, democracia…), termina por “converger” al ser sometida a un proceso de compresión por excesivo aumento de habitantes, seguido de reorganización técnica, lo que nos conduce a un aumento de la ciencia, de la conciencia y del radio de las potencialidades humanas (ultrahumanización), que podría representarse por un gran cerebro común.

Las objeciones más importantes que se han hecho a Teilhard de Chardin son las de ignorar el “Existencialismo” y el encajar al hombre excesivamente en la naturaleza y su acontecer, con lo que parece oscurecer algo la libertad humana, y la de Dios para cruzarse en el camino del hombre cuando así lo desee.

Atentamente le saludo

EMILIO BUETAS FERNANDEZ


Sr. Director de “La Vanguardia”

Ciudad.

Muy Sr. mío:

En La Vanguardia del día 22 de octubre había una carta de D. Emilio Buetas Fernández, referente a Evolucionismo Biológico, la cual considero desde el principio interesante, ya que creo que fundamentalmente está en lo cierto: sin embargo, daba la impresión, aunque en forma atenuada, de que el libro del Génesis no es muy exacto en sus afirmaciones.

Creo deberíamos considerar esta cuestión en conjunto, estudiando la totalidad del Libro Sagrado, sin limitarnos al Génesis y sacar a la luz el libro del Eclesiastés en el capítulo 3 y versículos 18, 19 y 20, los cuales aclaran la cuestión del evolucionismo del hombre, a mi humilde parecer.

Además, con sólo considerar el mismo libro del Génesis, en el cual se nos afirma que el hombre procede de la tierra por acción de Dios, ya queda establecida en forma extractada, claro está, la evolución, pues según podemos observar en el diccionario español, evolución es: “cualquier movimiento, cambio o transformación”, y el Libro Sagrado deja claramente establecido el paso de tierra a hombre, sin entrar en detalles, claro está.

No veo que la evolución pueda ir en contra del Cristianismo.

Saludándole atentamente

Jorge Pérez Ibáñez

EN LA MUERTE DEL PAPA JUAN PABLO I

urlJuan Pablo I: Su permanencia como Pastor Supremo de la Iglesia, ha sido breve. No ha publicado Encíclicas ni documentos relevantes. Pero su pontificado no ha sido estéril. En los 33 días que ha permanecido en la Silla de Pedro, ha dado profundas y claras lecciones a toda la Iglesia: con su personalidad humilde, alegre y esperanzada; con sus palabras y sus gestos; con su sonrisa dulce y reconfortante; con sus expresiones coloquiales y sencillas, llenas, en ocasiones, de buen humor, pero llenas, también de un profundo realismo y sentido teológico, que conseguían llegar a todos. Tal vez en 33 días nos dio tantas lecciones como las que nos hayan podido dar en pontificados mucho más largos. Para el mundo y los católicos en especial, es una sensible pérdida. ¡Cuánto se esperaba de este Papa. ¡Qué gran hallazgo había sido para la Iglesia!

En 33 días se había ganado el fervor, la simpatía y la confianza populares. Mejor dicho, no necesitó 33 días para ello: le bastó un día, el primero de su aparición en público, para el rezo del “Angelus”, el domingo 27 de agosto, día siguiente al de su elección, en que se dirigió a la muchedumbre presente en la plaza de San Pedro, con palabras sencillas, afables, sinceras y sentidas. Se auguraba un pontificado esperanzador para todos.

Pero ha quedado truncado cuando nadie podía pensarlo, ni nada hacía preveerlo. Partió de una forma sencilla y humilde, callada, como sencillos y humildes fueron siempre sus actos.

Las reflexiones que surgen en nuestra mente a raíz de la sensible pérdida del papa Juan Pablo I, nos llevan a considerar la voluntad de Dios, inescrutable y, a menudo, incomprensible para nuestra lógica humana. Humanamente, sin una referencia a la fe, la muerte de Juan Pablo I, resulta inexplicable, e incluso ilógica, absurda. Dios se ha llevado a quien era motivo de esperanza para los católicos e incluso para toda la Humanidad. ¿Por qué? Ciertamente, no lo sabemos. Hemos perdido a la persona, al hombre, pero verdaderamente, su herencia, dejada en su breve pontificado, queda entre nosotros, como algo vivo y perdurable cuyos frutos deben aumentar y extenderse en el futuro para bien de toda la Iglesia.

Ciertamente, Dios, por medio del Espíritu Santo, le eligió de entre los cardenales y puso sobre sus frágiles hombros la carga inmensa de Pastor Supremo. Era, posiblemente, el único que podía dar a la Iglesia, con su peculiar personalidad, las directrices que en tan poco espacio de tiempo, aunque suficiente,  ha sabido marcar, manifestando su voluntad de unir y sintetizar, continuándolas, la obra de Juan XXIII y de Pablo VI, haciendo converger los caminos trazados por sus dos inmediatos predecesores en una senda clara y bien marcada que la Iglesia y el papado deberán seguir en el futuro: sencillez, humildad, apertura al mundo y a las otras religiones, colegialidad, etc., todo ello siguiendo las líneas del Concilio Vaticano II, que él manifestó serían los objetivos de su labor como papa.

Quiero pensar que Dios ha querido ahorrarle los múltiples y grandes sufrimientos que su labor como Pastor de la Iglesia iban a acarrearle, que su misión ha consistido, nada más y nada menos, en dejar, en tan corto tiempo, una huella imborrable, que será preciso seguir. Dios ha querido hacer de él, semilla; no el árbol que se yergue altivo, ni la flor que luce esplendorosa, sino la humilde (humildad fue su lema) aunque vivificante semilla y, tal como la semilla debe morir y ser enterrada para dar fruto, como nos recuerda Jesús en el Evangelio hablando de su propia muerte, la semilla, la humilde semilla, llena de vida espiritual, de Juan Pablo I, ha de producir abundantes frutos en la Iglesia.

No ha sido un papa de transición, un breve paréntesis entre dos pontificados, sino que, como faro de luz brillante y diáfana, aunque efímera, ha servido para iluminar el camino a seguir para una renovación eficaz en la vida de la Iglesia.

Barcelona, 1 de octubre de 1978

EL SUFRIMIENTO EN LOS ANIMALES IRRACIONALES

Pienso, siguiendo la opinión de algunos filósofos clásicos y de algunos científicos, que los animales irracionales no experimentan ni gozo cuando están en una situación de comodidad o bienestar físico, ni sufrimiento cuando experimentan sensación de dolor o incomodidad.

Alguien puede objetar: ¿Cómo podemos saber, realmente, que los animales no sufren?. La respuesta más directa, no exenta de una cierta ironía, podría ser: De la misma manera que algunos creen saber que los seres irracionales sufren.

Lo que ocurre es que éstos no creo que puedan explicar con argumentos lógicos y sólidos su punto de vista (mientras que la presente reflexión contiene argumentos filosóficos y biológicos que procuro razonar). Para defender su posición pueden argüir que los animales presentan actitudes y reacciones análogas a los humanos; pero análogas o semejantes, no quiere decir, en modo alguno, iguales, idénticas, es decir, sólo son aparentes y, esta apariencia, la encontramos mayor cuanto más desarrollada y parecida (subrayo lo de parecida) a la humana sea su morfología externa: los ojos de un gato, un perro, un caballo o un mono, tienen mayor apariencia de “expresividad” que los de un pez, un lagarto o una ave.

Nos centraremos en el aspecto del sufrimiento. (Análogos razonamientos y conclusiones los podemos aplicar al gozo).

El sufrimiento lo podemos considerar como: “La conciencia del dolor”, es decir: es esta conciencia o conocimiento intelectual que experimentamos del dolor que sentimos, lo que nos produce el sufrimiento.

En los seres humanos, el sufrimiento puede ser moral, debido al sentimiento producido por una ofensa a nuestra persona o a otra a la que apreciamos y también puede ser físico cuando es nuestro cuerpo el que experimenta alguna incomodidad o agresión dolorosa.

Los seres irracionales, incluso los que consideramos más evolucionados, no tienen conciencia: ni de lo que son, ni de lo que les rodea, ni de lo que les sucede. No niego que puedan “aprender” algunas actitudes por adiestramiento o por experiencia, pero siempre se moverán y actuarán de forma instintiva y seguirán, normalmente, sus impulsos naturales, respondiendo únicamente a los estímulos por los cuales han obtenido su aprendizaje y a los que por naturaleza, están genéticamente preparados.

Ampliaré un poco estos conceptos. Los animales irracionales, distinguen, perciben las realidades que les rodean, pero no las conocen y actúan siguiendo su experiencia y su instinto; resumiendo: VEN SIN CONOCER.

Un claro ejemplo de esto lo tenemos en los niños lactantes. El niño de pocos días o semanas, sabe, porque su madre le ha acercado a él, que si succiona (¡y lo hace instintivamente!) del pezón sale leche que le proporciona una sensación de bienestar al tomarla y, cuando tiene hambre busca, de forma instintiva también, el pecho de su madre (o cualquier cosa que, de algún modo se le parezca o que pueda succionar, como un chupete, un biberón e incluso el dedo), pero si bien puede llegar a distinguir el pecho materno, no razona ni piensa: Esto es el pecho de mi madre, aquí hay leche y si chupo sale la leche y me alimento; es decir, no conoce ni es consciente de lo que hace.

CONOCER: Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas.// Entender, advertir, saber, echar de ver.// Percibir el objeto como distinto de todo lo que no es él. (Diccionario Enciclopédico Salvat).

También se puede definir CONOCER como tener conciencia de una cosa.

Es cierto que, tanto un ser humano como un perro o un mono, sienten dolor, se quejan y lo evitan, pero éstas son actitudes puramente instintivas, de naturaleza biológica. El dolor físico es un aviso del sistema nervioso de que algo va mal, para que el individuo ponga rápidamente el remedio oportuno para suprimir la causa que lo produce.

Este enfoque del sufrimiento puede llevarnos a la siguiente reflexión: Cuando vemos un documental sobre la vida y las costumbres de los animales, nos causa un cierto desasosiego ver la aparente crueldad con que se atacan unos a otros. En este caso, lo que sucede es que antropomorfizamos a los animales, atribuyéndoles nuestros sentimientos y sensaciones, lo cual no excluye la impresión que pueda causar el innegable realismo y crudeza de las imágenes. También es preciso reconocer que el sentimiento que produce el dolor de los animales es, en la mayoría de las personas, totalmente selectivo: no es lo mismo ver aplastadas una inofensiva, aunque desagradable cucaracha, mosca o araña, que ver a un mono, un perro o un gato heridos. (Hago un inciso con el fin de precisar lo siguiente: Un animal nunca ataca indiscriminadamente y sin motivos. Siempre lo hace cuando cree ver seriamente amenazada su existencia (defensa propia), o para subsistir (en ambos casos, debido al natural instinto de supervivencia), al contrario del hombre que ataca a sus semejantes por motivos egoístas y nunca justificables, excepto cuando se trata de defenderse  de un ataque a su propia persona o a la de un semejante (justa defensa), teniéndose en estos casos derecho a emplear la violencia. Los animales, por ley natural y para mantener el equilibrio ecológico deben alimentarse de otros animales, siguiendo así el ciclo biológico establecido. Así pues, cuando un animal defiende su hábitat o se alimenta de otros animales, cumple una ley natural). Una vez efectuada esta precisión, retomo el hilo de la reflexión a que me he referido: Desde un punto de vista cristiano, si cuando Dios creó el Universo y la Tierra en que habitamos, con todo lo que en ella se contiene, “vio que todo era bueno”, según nos dice el Génesis, es decir, que no había maldad ni imperfección en la obra realizada, sería un contrasentido pensar que, cuando un animal ataca a otro, siguiendo la ley natural, única por la que puede regirse, hubiera sufrimiento por parte de la víctima. Es más justo y creo que más razonable, pensar  que Dios, a causa de su infinita bondad y sabiduría ha previsto que los animales no sufran pues han de servir de alimento a otros animales y al hombre.

Naturalmente, el considerar que los animales no sufren, así como tampoco sufren los vegetales (que también son seres vivos: “animados”), no nos autoriza a maltratar y abusar de los recursos naturales que nos han sido dados para nuestro uso y disfrute, pero tampoco debemos caer en una especie de “puritanismo o fundamentalismo ecológico” que ponga fuera de lugar, trastocándola, la escala de valores que debe regir nuestras actuaciones y nuestros sentimientos.

Con lo expuesto como base, pasemos a tratar algunos aspectos relativos al sufrimiento y a la dignidad de los animales, respecto al ser humano.

P.- ¿Los animales pueden tener derechos?.

R.- Últimamente se habla de reglamentar unos derechos para los animales más evolucionados como los bonobos o los gorilas, a los que se les atribuye un elevado coeficiente de inteligencia, de una forma que parece querer equipararlos a los seres humanos.

Aquí podríamos hacer una consideración sobre lo que llamamos perfección biológica y anatómica en los diversos seres vivos, queriendo establecer comparaciones entre ellos, como prueba de una evolución ascendente. ¿Es más perfecto un primate que un rumiante; éste es más perfecto que un pájaro y un pájaro más que un reptil o un pez?. En mi opinión, los parámetros de perfección no los podemos establecer por comparación de sus habilidades o de sus capacidades para determinadas funciones, es decir: cada especie animal es perfecta en sí misma, para el hábitat en que ha de vivir y para el género de vida que ha de realizar. Tan perfectos son los gusanos como los insectos y tan perfecto es el pez como el reptil, como el ave o el mono. El gusano está perfectamente adaptado y dotado para su vida como tal y lo mismo podemos afirmar de todos y cada uno de los individuos de las diversas especies, tanto animales como vegetales.

En este mismo sentido: ¿Está más evolucionado y es más hábil el mono porque utiliza una piedra o un palo como herramientas, que las abejas que fabrican con precisión sus panales de celdas perfectamente hexagonales, o que las aves que construyen sus nidos, ejecutados con gran solidez, algunos con complejas técnicas y materiales adaptados al medio y a las necesidades de nidificación, y que otras aves que también utilizan pequeñas ramas para extraer insectos de los troncos de los árboles?.

De todas formas, hemos de decir, en honor a la verdad, que si aceptamos la existencia de un proceso evolutivo en vistas a la aparición del género humano, las características morfológicas de los primates resultan más evolucionadas y parecen ser las únicas aptas para la culminación de este proceso

Aunque, paradójicamente, el ser que, de algún modo, parece que habría de ser el más perfecto, es decir, el ser humano, es, anatómicamente hablando, el más imperfecto: no tiene la potencia muscular de un toro, no tiene la agilidad de un mono, ni nada como un pez, ni vuela como un pájaro. La razón de ello es que, en el ser humano, lo que determina su perfección, su grandeza y su dignidad, no radica en su mayor perfección fisiológica ni anatómica (la ley del más fuerte o del mejor adaptado, que puede ser perfectamente válida para los animales irracionales, no puede ser aceptada como aplicable al hombre, ni en su condición de niño, ni como enfermo, ni como disminuido en sus capacidades físicas o intelectuales, ni por supuestas razones étnicas o de utilidad). La grandeza y dignidad del hombre no está tampoco tanto en sus capacidades intelectuales como en sus cualidades éticas o morales.

Los animales no dudan, aciertan siempre en sus, llamémoslas para entendernos, “decisiones” puesto que actúan por instinto, y éste les lleva siempre a la actitud más adecuada. Generalmente no tienen que optar por una cosa u otra, puesto que no están capacitados para razonar, El ser humano, aunque también tiene reacciones instintivas, está dotado de libertad, de libre albedrío, lo que, unido a la facultad de razonar, le permite poder optar por una o más soluciones, con la posibilidad, tanto de acertar como de equivocarse. Por consiguiente, a causa de su libertad, el ser humano es responsable, para bien o para mal, de sus actos, (aunque en ellos puedan también influir diversas circunstancias), cosa que no puede decirse de los seres irracionales, que no tienen responsabilidad ni mérito por sus acciones.

Pienso que sólo los seres que son capaces de tener obligaciones, son también objeto de derechos. A un ser irracional no puede exigírsele ningún tipo de obligaciones: esto sólo es posible con los seres humanos, en plena facultad de sus actos, personalmente o, si no es así, por medio de sus responsables o tutores.(nota)

Pienso también, que cuando se pretende elevar a una categoría cuasi humana a un animal, sea cual sea su grado de perfección morfológica o cerebral, lo único que se consigue es degradar la esencia del ser humano, pues resulta muy fácil en estos casos, considerar a éste como un estadio más en la evolución, sin tener en cuenta que, sobre todo y esencialmente es un ser con un alma espiritual hecha a imagen y semejanza de Dios, lo que le confiere una dignidad que le separa abismalmente de cualquier otro animal. Así el hombre más degradado física, psíquica o moralmente, será siempre superior al más evolucionado de los animales irracionales.

Más que de derechos de los animales, debemos hablar de la obligación de los humanos de respetar la obra de Dios, tal como he expresado anteriormente. No es que la Naturaleza como tal tenga el derecho correlativo a nuestra obligación: el derecho corresponde a Dios que es el creador de cuanto existe y mantiene con su Providencia, por lo que no es moralmente lícito destruir sin motivo y de forma arbitraria aquello que es para nuestro uso y disfrute, sin olvidar el derecho que tienen los demás seres humanos y los de las siguientes generaciones, de poder disfrutar de los bienes de la tierra.

P.- ¿Es lícito salvar la vida de los animales?.

R.- Sí, siempre que se empleen los medios proporcionados, y si se trata de especies en peligro de extinción o tienen un valor sentimental o económico para sus propietarios, teniendo en cuenta que no se ponga en peligro ni la vida ni la integridad física, ni los intereses legítimos de las personas, pero, repito, valorando siempre la proporcionalidad de los medios tanto técnicos como económicos y humanos empleados.

Un animal, aunque no sea un simple objeto, tiene un valor relativo, es decir, relacionado con su pertenencia a un hábitat natural o ecológico y al uso al que está destinado como animal doméstico o de labor.

P.- San Francisco de Asís, llamaba hermanos a los animales, por ejemplo, hermano lobo, por lo que, al parecer, los equiparaba a los seres humanos.

R.- Si, y también al sol hermano sol y a la luna hermana luna. Pero con ello no pretendía elevarlos a la misma categoría de las personas, sino en el sentido de que también ellos, como nosotros, son creaturas del mismo Creador.

Es evidente que la palabra hermano tenía un significado distinto o, en todo caso añadido,  cuando la refería a una persona, en el sentido de que los humanos somos hermanos por la filiación divina que hemos recibido a través de Jesucristo, hecho hombre como uno de nosotros y por lo tanto hermano nuestro, que nos ha enseñado a llamar a Dios: Padre.

San Francisco amaba toda  la obra de la Creación, porque veía en ella la mano de Dios y su Providencia.

P.- ¿Es moralmente aceptable enterrar a algunos animales en cementerios especiales, como creo que se realiza en algunos casos?.

R.- Aunque tengo algunas reticencias al respecto, en principio no veo ninguna objeción, siempre que se cumpla lo dicho anteriormente de la proporcionalidad de los medios empleados y  especialmente, del significado que se le otorgue.

Abundando en lo dicho en el apartado de salvar la vida de los animales, estas actitudes no son criticables, siempre y cuando no se consideren tampoco criticables las actitudes contrarias, cuando el que las adopta cree correcto tomarlas, según sus principios y convicciones.

No obstante, en el hecho de enterrar a un animal de compañía en un lugar especial, similar al que se emplea en el entierro de un ser humano, se corre el peligro de “cultualizar” con una cierta sensiblería el recuerdo del animal muerto, además del peligro de equiparar la dignidad de un animal a la de una persona.

P.- Los niños muy pequeños no son conscientes de lo que les rodea, por lo tanto, tampoco sufren. Según lo expuesto anteriormente, no sería reprobable herirles e incluso matarles.

R.- Es cierto que los niños muy pequeños son todavía “inconscientes”, por lo tanto, no podemos decir con propiedad que gocen ni que sufran, aunque, naturalmente sienten el dolor, pues su sistema nervioso está lo suficientemente desarrollado.

Evidentemente, esto no nos autoriza a perjudicarles ni a inferirles ningún daño y mucho menos causarles la muerte, pues así como un animal irracional seguirá siéndolo toda su vida y no adquirirá uso de razón ni conciencia por mucho que se desarrolle físicamente, el niño, como ser humano, tiene un valor por sí mismo, al tener un alma espiritual, que le confiere una dimensión superior a la de cualquier otro ser vivo. Ya antes de su nacimiento es un ser humano y como tal es sujeto de derechos, aunque todavía no sea un ser consciente, pero todo en él está ordenado y orientado a desarrollarse plenamente como persona, que será también capaz de asumir obligaciones.


Si consultamos la palabra SUFRIR en el diccionario, ésta es definida como: Recibir con resignación un daño moral o físico. Y SUFRIMIENTO como: Paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre una cosa.

DOLOR:  Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.// Sentimiento, pena y congoja que se siente en el ánimo.// Impresión penosa sentida por un órgano o parte y transmitida a los centros nerviosos por los nervios sensitivos. (Diccionario Enciclopédico Salvat).

Como vemos, no es definido el sufrimiento como “Conciencia del dolor”, que  corresponde más bien a un concepto filosófico, pero observamos que todas las palabras con las que se le relaciona conllevan un significado de conciencia, una necesidad de conciencia o conocimiento del daño moral o físico, sin el cual no sería posible la resignación, la paciencia, la conformidad o la tolerancia, valores éstos que ningún ser irracional es capaz de manifestar.

El grado de resignación, paciencia, conformidad o tolerancia, que nos produce la conciencia o conocimiento intelectual del dolor, puede ser variable según la personalidad  de cada uno e incluso, puede ser sublimado y ofrecido en aras de un bien mayor, y esto sólo puede hacerse a través de un sentimiento de trascendencia que nos permite elevarnos  por encima de los hechos puramente materiales.

De hecho, podemos afirmar que el dolor es de naturaleza biológica, mientras que el sufrimiento es de naturaleza psicológica.

CONCIENCIA: Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta.// Conocimiento exacto y reflexivo de las cosas.


CONSCIENTE: Que siente, piensa, quiere y obra con cabal conocimiento y plena posesión de sí mismo.

(Diccionario Enciclopédico Salvat).

J.A.P.L.

Agosto-Septiembre 2001


Transcribo dos “cartas al Director” aparecidas en “La Vanguardia”, en fechas distintas:

LOS ANIMALES NO ELIGEN

<<Manuel Cases en su carta del 23/VI/2003, equipara la libertad de los animales a la de los hombres. La comparación es del todo inapropiada. La libertad, la elección, no tiene sentido alguno si no se fundamenta en la conciencia y el pensamiento autónomo, atributos exclusivos del individuo. La libertad de elección es un privilegio del ser humano. Resulta falaz decir que al animal se le priva de esta libertad de elección, pues no se puede anular lo que no se tiene>>. (Albert Esplugas Boter.- Barcelona).


A VUELTAS CON LOS TOROS

<<La señora Angels Nogué nos dice en su carta 5/V/2005 que el toro sufre en el ruedo. Esto, señora, no lo puede negar nadie.

Lo que se niega rotundamente es que el toro tenga conciencia de algo. El toro no tiene conciencia, ni dormida ni despierta. Sufre, pero no sabe que sufre. Si tuviera conciencia de algo sería persona. Tiene –eso sí- unos magníficos instintos>>. (V. Palacios Garrido.- Suscriptor.- Barcelona).

(Como comentario a esta segunda carta, quiero aclarar que, a mi entender, el comunicante confunde el concepto de dolor y de sufrimiento, por lo demás considero que el razonamiento es correcto).


Hay un aspecto que me parece interesante, y que no quiero dejar de comentar, por considerar que puede ser significativo en el asunto que se trata en esta reflexión.

Algunos seres humanos, cuando sufren alguna herida o trauma físico muy doloroso, o un impacto moralmente trágico, suelen perder el sentido, desmayarse, lo cual puede entenderse como una especie de “autoanestesia”, que el organismo genera al experimentar el sufrimiento, como una forma de defenderse ante el dolor.

Por el contrario, no tengo constancia que suceda lo mismo entre los seres irracionales,  lo cual me lleva a considerar que, al no tener estos conciencia del dolor que les afecta, al no sufrir, no desarrollan esta capacidad de autodefensa.


Transcribo del libro “La fe cristiana en la societat actual”, de Josep M. Rovira Belloso, página 62, el siguiente párrafo:

<<Una de les lleis de l’univers […] és que el peix gran es menja el petit. Però al costat d’aquesta limitació que fa perdedors els petits, quan arribem al nivell racional, que és el nivell de les persones, resulta que Déu es posa a favor dels petits! I és que el moviment del món és més complicat que el fet que els peixos grans es mengin els petits.>>

Reportaje en «La Vanguardia» de Manuel Díaz Prieto del 18 de septiembre de 2005 titulado «La frontera difusa»


EL SER HUMANO

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¿Es posible conciliar el relato bíblico de la creación de la primera pareja humana  con los conocimientos que del hombre prehistórico y del actual, tiene la ciencia y con los postulados de la teoría (o teorías) de la evolución?

Si bien hay que tener en cuenta que el relato bíblico tiene un carácter simbólico (en forma de mito) y no histórico, y aunque cojamos en sentido literal el concepto de una primera pareja de seres humanos, creo que pueden darse diversas interpretaciones que no contradigan ciencia y exégesis bíblica.

Admitiendo la teoría de la evolución, que hace proceder al hombre de otros seres inferiores y, aunque aceptando que puedan darse otras explicaciones al respecto, paso a exponer mi reflexión sobre este asunto.

Efectivamente, el hombre, por lo que se refiere a su cuerpo, puede proceder de alguna especie de simio, u  homínido, que con el tiempo, haya evolucionado hasta lograr la capacidad de recibir, por parte de Dios,  lo que llamaríamos un alma humana, es decir, un alma racional, que hace al hombre a imagen y semejanza de Dios.

“Y por fin dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra…”;  “Creó, pues Dios al hombre a imagen suya:  a imagen de Dios le creó, creólos varón y hembra…”.

Puede haber una serie de condicionamientos biológicos en los homínidos, producto de los procesos evolutivos, que hayan preparado a alguno o algunos de éstos para ser capaces de recibir un alma “humana”, es decir, el hálito divino que hace a un ser, en este caso el Hombre, distinto de los otros seres animados, o sea provistos de un alma o principio vital, produciéndose, por lo tanto, un salto ontológico entre unos y otros. Dicho de otra manera: La evolución ha preparado a un animal irracional para pasar a ser un animal racional. Y a partir de ese momento, en que Dios dota a un homínido de un alma racional, empieza a escribirse propiamente la historia de la Humanidad.

No veo inconveniente ni inconsecuente aceptar que la primitiva Humanidad hubiese sido creada y surgiese en un estado que podríamos llamar de “inocencia original”, que iría perdiéndose, más pronto o más tarde, al enfrentarse sus individuos, dotados de libertad, a la realidad problemática de la existencia cotidiana, y a la relación con otros miembros de su grupo y de otros grupos vecinos, con las dificultades propias de toda relación humana (relatos de la tentación, de Caín y Abel, causas del diluvio, torre de Babel, etc.).

Las características propias de esa “inocencia original”, que habría llevado a los hombres y a las mujeres a poseer unas cualidades físicas y espirituales muy específicas y a una existencia idílica, propia del Paraíso que se nos describe en la Biblia, probablemente sea más lógico interpretarlas como una prefiguración de la vida futura en que, una vez instaurado definitivamente el Reino de Dios y vencido el mal en todas sus formas y, con él, también eliminada la muerte, el Hombre nuevo renacido en el seno de la Nueva Creación, gozará, ya eternamente,  no tan sólo de la presencia y de la amistad de Dios, sino también del entorno de una Naturaleza en todos los aspectos reconciliada y no hostil al Hombre:

“Habitará el lobo juntamente con el cordero; y el tigre estará echado junto al cabrito; el becerro, el león y la oveja andarán juntos, y un niño pequeño será su pastor. El becerro y el oso irán a los mismos pastos; y estarán echadas en un mismo sitio sus crías: y el león comerá paja como el buey. Y el niño que aún mama estará jugando en el agujero de un áspid: y el recién destetado meterá la mano en la madriguera del basilisco. Ellos no dañarán ni matarán en todo mi monte santo; porque el conocimiento del Señor llenará la tierra, como las aguas llenan el mar”. (Isaías, cap. 11, vers. 6 al 9)

Resumiendo, podríamos considerar que los homínidos más próximos al hombre, evolucionaron hasta una mayor perfección física y de capacidad mental, que les daría la posibilidad de fabricar y usar objetos y herramientas hasta que, en un momento determinado, les sería concedida un alma humana, que les permitiría realizar obras de arte, enterrar a sus muertos y tener conciencia de algún poder sobrenatural.

Se habla tradicionalmente, siguiendo el relato bíblico, de una única pareja, hombre y mujer. Algunas interpretaciones del relato, consideran a esta primera pareja  como la representación literaria de una tribu o grupo de tribus, es decir que, en lugar de hablar de un hombre y una mujer, habría que referirse a un grupo o grupos de hombres y mujeres, cuyos miembros habrían quedado simbolizados en una pareja: Adán y Eva, recurso literario que habría facilitado la explicación del relato bíblico. Esta interpretación no modifica sustancialmente lo dicho con anterioridad. (Téngase en cuenta que esta reflexión está basada en una lectura, si bien literal, no “literalista” de los pasajes bíblicos y tal como se ha dicho antes no pueden considerarse éstos como el relato de unos hechos históricos, sino como la expresión simbólica de unas verdades y realidades que están en la base y el origen de dicho relato, así como en el de toda la Creación).

¿Por qué ha habido que esperar a tener un ser biológicamente apto y preparado para tener un alma humana? Todo ser vivo tiene un alma, incluso puede admitirse un alma o principio vital para los vegetales, aunque tradicionalmente se les separe del resto de seres vivos a los que se considera propiamente animales (es decir, con alma). Así pues, todo ser vivo tiene un alma que le proporciona la esencia de su ser y la vida animada de que disfruta, y cada ser tiene su propia alma que le hace distinto y diferenciado de todos los demás, si bien todo esto se da en el hombre de una manera más sublime, teniendo en cuenta la especial característica del alma humana, que conforma al hombre en su totalidad como a un ser hecho “a imagen y semejanza de Dios”.

Podemos también suponer que, ya en el embrión, e incluso, en el zigoto de un nuevo ser vivo radica el alma, toda vez que en el mismo ya se encuentra toda la esencia y características propias y distintivas de este nuevo ser, único e irrepetible.

En mi opinión, hay unas condiciones físicas y biológicas en que la íntima  unión del cuerpo con el alma no es posible y, en este caso, sobreviene lo que llamamos muerte (la separación del alma y el cuerpo). Es decir, la muerte no sobreviene simplemente porque el alma abandona el cuerpo, pienso que es porque en el cuerpo se dan unas determinadas condiciones que hacen que el alma ya no pueda estar unida a él, produciéndose, entonces, la muerte.

Al decir que el hombre está compuesto de alma y cuerpo, no debe entenderse que éste sea como una funda o estuche que alberga el alma, o que un tanto por ciento  del hombre sea cuerpo y el resto sea alma, sino que esta unión de cuerpo y alma se realiza de una forma mucho más sutil e íntima, substancial, podríamos llamarla, sin que en el hombre sea posible expresar su realidad completa prescindiendo de uno o de otra (ni tampoco en los demás seres vivos, aquello que conforma en ellos el principio vital).

Cuanto hemos dicho nos permite contestar de algún modo a la pregunta  formulada anteriormente. Cada alma determina a un ente corpóreo  específico, de manera que el alma de un león no puede determinar como ente corpóreo a un tigre, ni el alma de un chimpancé puede determinar como ente corpóreo a un ser humano (a parte de la especial característica espiritual del alma humana), por lo tanto habremos de convenir que era necesario esperar (siguiendo la evolución), a un homínido suficientemente evolucionado para quedar conformado por un alma humana, ésta sí creada expresamente por Dios, según la doctrina tradicional de la Iglesia, en  base al relato bíblico.

De todas formas, a parte de las interpretaciones que puedan sugerirse, lo importante y lo que cuenta por encima de todo, es que el relato o relatos del Génesis, lo que pretenden es afirmar que, en última instancia, es Dios quien crea al hombre y a la mujer, infundiéndoles el hálito de su espíritu, lo que confiere a toda persona humana la dignidad de que está investida. El ropaje literario que envuelve el relato es, desde el punto de vista de la fe, secundario.

Ni desde los conocimientos de la antropología ni desde un punto de vista teológico, es posible, en la actualidad, descartar o aceptar el inicio de la Humanidad  tanto a partir de una primera pareja, como de un grupo humano más o menos numeroso; las dos cosas son posibles en teoría,  si bien:

…la mutación  que provoca el salto de una especie a otra parece que tiene más probabilidades de realizarse en pocos individuos o en una sola pareja que en toda una multitud al mismo tiempo”. (Teorías evolucionistas y Ciencia de la Evolución, F. Nicolau Pous, pág. 254).

El alma humana, no solamente principio vital, sino también entidad espiritual, utiliza en sus funciones la base física y material del cuerpo humano, activando algunos mecanismos fisiológicos y orgánicos para hacerlas visibles y patentizarlas; por ejemplo: ante un suceso trágico (noción de un hecho que se da sólo en los seres humanos), una vez percibido por los sentidos mediante el cerebro, el ser humano toma conciencia de la gravedad del suceso y le ocasiona un sufrimiento, que se manifiesta con una serie de fenómenos fisiológicos y biológicos que hacen sensible el sentimiento de dolor experimentado. Es decir, el organismo reacciona materializando la actividad espiritual emotiva del ser humano, el cual, puede controlar, no obstante, estas manifestaciones, utilizando las facultades que este mismo espíritu le proporciona.

En el caso de personas con desequilibrios mentales (puramente fisiológicos), las manifestaciones del espíritu, a menudo, no pueden darse con la nitidez y perfección normales. Para comprender este hecho, podemos comparar el alma humana con un virtuoso músico y el cuerpo con un violín; si el violín está en perfecto estado y bien afinado, el violinista interpretará magníficas melodías, pero en el caso de que el violín esté resquebrajado o sus cuerdas destensadas, por excelente que sea el intérprete, difícilmente logrará sacar alguna nota aceptable del instrumento. Es preciso dejar bien claro que, incluso en estos casos, el individuo afectado por esta disfunción, sigue ostentando toda la dignidad propia del ser humano.

En estas consideraciones puede verse la enorme diferencia que se da entre las reacciones instintivas de los animales irracionales y las que se producen  en el ser humano como resultado de su actividad espiritual, en forma de manifestaciones racionales y conscientes, controlables por su voluntad, según  los valores del  propio individuo. No en vano alguien dijo que los seres humanos somos portadores de la “genética de Dios”, que nos permite elevarnos por encima de la simple materialidad de nuestros deseos.

No niego, como ya he explicado, fenómenos de tipo fisiológico en algunos (o todos) los casos, pero NO como causa primera y única, sino como consecuencia de dicha actividad espiritual, por lo que no estoy de acuerdo con las teorías materialistas y mecanicistas que pretenden explicar los sentimientos, incluso los más nobles y elevados del ser humano, reduciéndolos únicamente a fenómenos fisico-químicos neuronales y hormonales, puramente fisiológicos, basando en ellos la causa primera y única de lo que constituye la vida espiritual y consciente (anímica) del ser humano.

J.A.P.L.

(complemento…)

EL REY REINA PERO NO GOBIERNA

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“El Rey reina pero no gobierna”, esta frase viene a indicar que el Rey no puede elaborar leyes, ni modificarlas, ni derogarlas.

El único poder del Rey recae sobre las Fuerzas Armadas de las cuales es el Jefe supremo, como quedó patente la noche del 23 de Febrero de 1981, en que se impuso su autoridad sobre los generales sublevados.

Por otra parte, según las normas constitucionales,

<<el Rey tiene la facultad de sancionar y promulgar las leyes [aprobadas por el Parlamento]. Esta potestad del rey, constituye un reflejo del poder legislativo que en otros momentos encarnaba el Rey. El Rey no se puede negar, [aun] que dispone para ello de quince días.>>

<<…el portavoz de los obispos eludió comparar la situación del Rey, que por mandato constitucional sanciona las leyes, de los parlamentarios, que por disciplina de voto o por su conciencia votan las normas. “Que Su Majestad el Rey tenga que sancionar con su firma una ley es una situación única. No hay ningún otro ciudadano que se encuentre en esa situación. Por lo tanto, no son posibles los principios generales para una situación única. En este sentido, reiteró que una cosa es lo que haga Su Majestad el Rey, que es un caso único, y otra cosa es lo que haga un político con su voto, que tiene consideraciones diversas”.>>

A  mi entender, si el Rey se negara a firmar una ley, que se supone democráticamente aprobada por el Parlamento, se pondría en una situación de ilegalidad y fuera del marco constitucional del cual, precisamente, es el máximo garante (como se vio con ocasión del 23-F). Esta situación sería incómoda y peligrosa para la persona del Rey y, posiblemente también para la Nación, con consecuencias tal vez imprevisibles. Por lo tanto, veo totalmente desafortunadas, fuera de lugar y de toda lógica las críticas de algunos, más papistas que el Papa, ante la postura totalmente coherente de la Conferencia Episcopal Española. Lo lamentable es que el Parlamento haya aprobado esa Ley.

<<El texto fue aprobado por PSOE, PNV, ERC-IV-ICV, BNG y Na-Bai y dos de los 10 diputados de CiU, grupo que tiene libertad de voto>>.

Posteriormente fue

<<aprobada definitivamente por el Senado por 132 votos a favor, 126 en contra y una abstención.>>


<<El 4 de abril de 1990 el Rey Balduino de Bélgica dimitía y en virtud del artículo 82 de la Constitución belga, el Consejo de Ministros asumía la Regencia y firmaba la ley del aborto. El día 5 se reunió el Parlamento belga y por 245 votos a favor y 93 abstenciones, Balduino volvía de nuevo a ser el Rey.>>

Artículo 59 de la Constitución española:

  1. Cuando el Rey fuere menor de edad, el padre o la madre del Rey y, en su defecto, el pariente mayor de edad más próximo a suceder en la Corona, según el orden establecido en la Constitución, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia […]

  2. Si el Rey se inhabilitara para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuere reconocida por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero de la Corona, si fuere mayor de edad. Si no lo fuere, se procederá de la manera prevista en el apartado anterior […]

Según se desprende de los párrafos anteriores, se aprecia, en mi opinión, una diferencia esencial entre la Constitución belga y la española, en caso de inhabilitación del Rey. En el caso de Bélgica, el Consejo de Ministros asume la Regencia, según parece deducirse del citado artículo 82, lo cual no sucede en el caso de España. Por lo tanto las situaciones no son comparables, ni, por consiguiente, extrapolables.

En la aprobación de la primera ley del aborto, recuerdo que se le preguntó al Rey por qué no había actuado como Balduino de Bélgica, y el Monarca respondió que “él no era el Rey de Bélgica”. Esta respuesta podría parecer  una evasiva, pero creo que fue totalmente adecuada,  puesto que, ni la Constitución,  ni las facultades derivadas de esa Constitución, que tiene la monarquía española son equiparables a las Belgas.

Como he insinuado más arriba, las críticas que en determinados medios se profieren tanto contra la persona del Rey como de la Iglesia, me producen la impresión de que algunos quieren aprovechar la ocasión para “escandalizarse” de la actitud adoptada por el Rey y arremeter contra la Monarquía y cuanto representa. También hay a quienes les va bien desprestigiar a la Iglesia, pretendiendo hacer ver que actúa, según de quien se trate, de forma arbitraria, injusta y parcial. En ambos casos, según mi opinión, puede haber una manifiesta mala fe, pero también desinformación y, como sucede en muchas ocasiones, una aceptación acrítica por parte de la opinión pública de todo cuanto nos llega por los medios de comunicación.

Al margen de todo este asunto, quiero aclarar una frase que más arriba he escrito intencionadamente así: “…una ley, que se supone democráticamente aprobada por el Parlamento”. Digo que se supone, porque a mi entender en la actual política española, tal como se viene ejerciendo, yo diría que por todos los partidos, pero de manera especial, por el que actualmente está en el poder, más bien se actúa como en una partitocracia  (en el peor sentido de la palabra), que en una real y verdadera democracia. Me explico: en muchas de las decisiones de los diferentes partidos, que afectan indudablemente al pueblo, se tienen más en cuenta los propios intereses  partidistas,  mediante  pactos y concesiones para obtener los resultados deseados, que los verdaderos intereses de las personas a las que tendrían que representar dichos partidos. Cuenta más afianzarse en el poder y la disciplina e ideología partidista, muchas veces trasnochada, que el interés y el bien real del pueblo e incluso de la propia Nación. Muchas de las decisiones se toman en base a la ideología del partido en el poder y, si no es posible por sí mismo, a través de pactos con otros partidos minoritarios que intentan sacar provecho para sus expectativas partidistas. Y no sólo podemos hablar de partitocracia, sino también de electoralismo. No recuerdo bien quién lo dijo, pero creo que fue Bismark, que la diferencia entre un hombre de Estado y un político estriba en que el primero tiene la vista puesta en el futuro de la Nación y el segundo en las próximas elecciones.

En resumen: en muchas ocasiones se actúa de espaldas al pueblo o se legislan cosas que, al menos a la mayoría de la gente ni les interesan ni las piden, e incluso que piden lo contrario, pero como responden a la ideología del partido, deben aprobarse y ser llevadas a cabo. Si esto es verdadera democracia, ¡que me lo expliquen!.

J.A.P.L.

Marzo 2010

EL ATEÍSMO: CLASES Y DEFINICIONES

papa francisco agnosticos ateismo religion vaticano noticiaEn sentido corriente se llama también ateísmo a la doctrina que, como la panteísta, niega la existencia de Dios como a ser  superior y distinto del universo por Él creado

Además del ateísmo teórico, de los que niegan teoréticamente la existencia de Dios, existe el práctico, de los que viven como si no hubiera Dios.

Desde otro punto de vista, podemos distinguir un ateísmo escéptico o agnóstico, de los que niegan la posibilidad de conocer o demostrar la existencia de Dios, y un ateísmo dogmático, de los que la niegan simplemente o la consideran como una hipótesis innecesaria. (Diccionario Enciclopédico Salvat).

Según el Diccionario Filosófico, de André Comte-Sponville:

Hay dos maneras de ser ateo: no creer en Dios (ateísmo negativo) o creer que Dios no existe (ateísmo positivo, incluso militante).

El primero de estos dos ateísmos se encuentra muy próximo del agnosticismo, del que sólo se distingue por una elección más firme, aunque sea negativa. El agnóstico no cree ni deja de creer: duda, se interroga, vacila, o bien se niega a elegir. Marca la casilla “sin opinión” de la gran encuesta metafísica (“¿Cree usted en Dios?”). Las razones del ateo, varían, evidentemente, según los individuos, pero convergen, la mayoría de las veces, en la negativa a la adoración. El ateo no se hace una idea suficientemente elevada del mundo, de la humanidad ni de sí mismo como para juzgar verosímil que un Dios haya podido crearlos. Se dan demasiados horrores en el mundo y demasiada mediocridad en el hombre. La materia representa una causa más plausible. El azar, una excusa más aceptable. Y además, un Dios bueno y omnipotente (¡un Dios Padre!) se pliega hasta tal punto a nuestros deseos más fuertes e infantiles que es legítimo preguntarse si no ha sido inventado para eso: para tranquilizarnos, para consolarnos, para hacernos creer y obedecer. Dios, por definición, es lo mejor que se puede esperar. Y es lo que le vuelve sospechoso. El amor infinito, el amor todopoderoso, el amor más fuerte que la muerte y que todo… ¡Demasiado hermoso para ser cierto!


Deseo hacer algunas consideraciones a diversos conceptos expresados en el párrafo anterior, a partir de las frases: “Y además un Dios bueno…”

Los temas de “los horrores en el mundo” y de la “mediocridad en el hombre”, creo que quedaron, si no suficientemente explicados, como mínimo abordados, en las páginas 2 y 3 de la reflexión anterior, en los párrafos 1º al  5º.

En mi opinión, el concepto de Dios bueno y Dios considerado como padre, nace de una manera concreta con el cristianismo. Precisamente, a partir de la imagen de Dios que nos revela Jesucristo: (Dios es Amor y podemos dirigirnos a Él como “padre nuestro”). Por lo tanto, aunque, por lo menos en el mundo judío de la época correspondiente al Antiguo Testamento, hubiera un sentimiento más o menos consciente de una cierta actitud paternal por parte de Dios, en otras religiones y culturas existentes desde los inicios de la Humanidad, la divinidad era considerada, esencialmente y casi de forma exclusiva, como un ser omnipotente y, sobre todo, justiciero, que castigaba inexorablemente a quien transgredía las leyes religiosas y al que había que aplacar con sacrificios que, a veces, resultaban terribles. Así pues, la creencia ancestral del hombre en un Dios o varios dioses, parece muy lejos de considerar tanto a uno como a los otros, como unos seres paternales y amorosos, aunque sí podían conceder beneficios o favores a quienes se sometiesen a ellos.

Por consiguiente, hay quienes sostienen la teoría según la cual, la idea de Dios nace de un grupo o casta sacerdotal que “inventa” a uno o varios seres que rigen y controlan el universo, para poder sujetar bajo su poder a los otros miembros de la población, con la amenaza del castigo divino, si no se cumplen determinadas leyes que dicho grupo impone. Esta sería una teocracia basada en el temor y la sumisión ciega al poder de la divinidad. (El cristianismo es incompatible con esta visión de Dios y de la Religión).

Tampoco es compatible con el cristianismo, la visión que tienen algunos de un Dios “tapa agujeros”, “creado”, o “inventado”, principalmente, por la necesidad del ser humano de sentirse seguro y resguardado ante los peligros y las dificultades de la vida, lo que ocasionaría, según se dice, que, en épocas de prosperidad, la idea de Dios se desvaneciera en muchos seres humanos, mientras que, en épocas difíciles, y problemáticas, volviera a surgir la necesidad de creer en Dios.

Más bien me parece que la idea de Dios nace en la Humanidad como una respuesta a determinados interrogantes sobre el origen del Universo y de las fuerzas que se manifiestan en la Naturaleza, así como del origen y destino del ser humano. Que luego, algunos hayan aprovechado el concepto de Dios para satisfacer sus intereses, no puede ser tomado como motivo, ni mucho menos como prueba de que sea falaz creer en su existencia, ni de que esas teorías expuestas hayan sido las causas para creer en Él.

También dice Comte-Sponville, que una dificultad para creer en Dios y que “es lo que lo vuelve sospechoso”, es “El amor infinito, el amor todopoderoso, el amor más fuerte que, la muerte y que todo…”, y añade: “¡Demasiado hermoso para ser cierto!”. Si, tal vez pueda parecer excesivo, pero en Dios, tal como el cristianismo lo contempla, todo es, podríamos decir, “desmesurado”, dado que, por la propia naturaleza divina, todo en Él, ha de ser infinito: fuera de la medida humana, que de por sí es limitada. Pero además del ejemplo que nos ofrece Jesucristo, que sufrió y murió por amor hacia la Humanidad, tenemos también el de tantas y tantas personas anónimas, y de otras canonizadas por la Iglesia, que han sido y son mártires por amor (ciertamente, no infinito, pero sí tan grande como un ser humano pueda expresarlo), que nos muestran que este amor generoso es posible,  porque procede del amor infinito de Dios, infundido en el alma de esas personas. Obran como creaturas de Dios, por amor hacia otras creaturas de Dios a quienes consideran sus hermanos. Si nosotros, con nuestras limitaciones, somos capaces de tales actos, cómo no va a poder serlo Dios, en su grandeza infinita.

J.A.P.L.

EL CONCEPTO DE TIEMPO REFERIDO AL PURGATORIO

purgatorio_de_dantealigheriCuando hablamos del Purgatorio y de las indulgencias, nos referimos necesariamente a un concepto llamado tiempo que parece incompatible con otro concepto al que llamamos eternidad.

Ciertamente, el tiempo en la eternidad, no tiene sentido, no existe. La eternidad suele definirse como “un continuo presente” y todo lo que entra en el ámbito de lo eterno está fuera del tiempo, o en todo caso, se caracteriza “por un modo de temporalidad superior al mero decurso de instantes huidizos”(Alfonso López Quintás: «La cultura y el sentido de la vida”). El tiempo se compone de un antes y un después y todo cuanto ocurre en el cosmos tiene lugar en esta dimensión que es el tiempo, aparte de la otra dimensión que es el espacio.

Dios está fuera de lo que llamamos  tiempo: vive en la eternidad. Pero el tiempo sí que está presente en la “mente” de Dios, de otro modo, el tiempo, como entidad o fenómeno constatable y real no existiría. Digo “constatable”, y por consiguiente, “real”, puesto que todos podemos darnos cuenta de que existe un antes y un después en los hechos que nos acontecen y en los actos que realizamos y que hay un intervalo más o menos largo entre los sucesivos acontecimientos, si bien la medición de estos intervalos o “espacios de tiempo”, se debe a cálculos convencionales efectuados de acuerdo con determinados parámetros y movimientos astronómicos. Así pues, todo cuanto existe, es porque está presente en la “mente” y en el “pensamiento” de Dios. Si alguna cosa dejara de estar presente en la mente de Dios, quedaría aniquilada y reducida a la nada: dejaría de existir.

Podríamos preguntarnos si las almas que se encuentran en estado de purificación han entrado propiamente en la eternidad o se encuentran en un estadio intermedio (Por supuesto, y en este sentido, queda fuera de toda especulación la mera posibilidad de almas o espectros errantes o cualquier cosa semejante).

Por lo tanto, cuando hablamos de las penas temporales del Purgatorio, y que las indulgencias pueden  rebajar el tiempo o la duración de estas penas en las almas que se encuentran en ese estado de purificación que, por definición, es transitorio, el tiempo que contaría como referencia a estas realidades sería el que tiene Dios presente en su mente y en su pensamiento. Sería, por lo tanto, en esa dimensión de la mente de Dios en que habríamos de situar el tiempo referido a las almas del Purgatorio, que transcurriría de forma, sino igual, por lo menos análoga o parecida a como lo hace en nuestra dimensión temporal. Una vez transcurrido este período de purificación, las almas entrarían definitivamente en la eternidad de la Gloria infinita de Dios.

No obstante conviene tener claro lo siguiente:

36272550Hay dos clases de indulgencias: la plenaria y la parcial. Por la primera se nos perdona toda la pena temporal. Por la segunda solamente una parte. Tanto la una como la otra pueden ser aplicadas a los fieles difuntos. Desde la constitución de Pablo VI [Constitución apostólica “Indulgentiarum doctrina” de 1 de enero de 1967] ya no se habla de indulgencias parciales computadas en días, semanas, meses o años. Con esta expresión se quería indicar que, en virtud de la indulgencia, se le disminuía al pecador ese tiempo de los días, semanas, meses y años que le había impuesto el confesor. Modernamente se determina el valor de la indulgencia en el sentido de que por ella se le deroga al pecador una parte de la penitencia equivalente a la que él con su esfuerzo ha derogado. Todo ello en virtud de la aplicación de los méritos del tesoro de la Iglesia.

(Del libro “100 aspectos controvertidos del sacramento de la Reconciliación”, de Alejandro Martinez Sierra sj., en el capítulo dedicado a las indulgencias, pág. 166 y 167).

J.A.P.L.

02-10-2004

¿EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN?

enojadoEl cliente siempre tiene la razón”. Esta frase puede resultar muy bonita y llamativa como eslogan comercial, pero parece más bien dedicada a alertar al dependiente o empleado que, realmente asumible por el propio dueño de un negocio. Quiero decir con esto que, el propietario de un comercio, puede decidir, porque nadie le va a llamar la atención por ello, si prefiere perder al cliente ante una exigencia o reclamación por parte de éste, o aflojar y, aunque no la tenga, darle la razón y tenerle contento, cosa que el simple empleado no está autorizado a decidir. El cliente, obviamente, puede tener razón en determinados casos, pero también puede excederse en sus exigencias y actuar de manera injusta, es decir, no tener razón. Cuando el cliente tiene razón, es evidente que hay que dársela, pero si no la tiene, hay que hacerle ver, de forma educada pero firme que lo que desea o solicita no es justo o no es posible realizarlo. Cuando la queja o exigencia del cliente se basa en aspectos meramente comerciales, sin que afecte a la persona del empleado, sí que la decisión habrá de ser tomada por quien pueda hacerlo: el dueño, directamente, o el gerente del establecimiento, en su defecto.

En el supuesto de que afecte a la persona de quien atiende al cliente, es decir, del empleado, éste deberá hacer ver al cliente, en el caso de que así sea, que está equivocado. Si no lo está deberá asumir su error. Pero si el cliente, después de tratar con el empleado, exige hablar con  el dueño o el gerente, en el caso de que la razón esté de parte del empleado, pienso que por honradez y justicia, debe hacerle ver que está equivocado y que su apreciación no es justa.

En resumen: en mi opinión, esta frase tan popularizada, que más bien parece deberse a un concepto de servicio mal entendido, que podría traducirse en servilismo humillante, no tiene, ni puede tener un sentido absoluto e irrefutable.

J.A.P.L.

Noviembre 2009