(¡Qué buenos somos!, de un artículo aparecido en «La Vanguardia» el 26-08-2010)
Comentarios del artículo anterior.
Cuando se habla de cultura como “el desarrollo de un comportamiento distinto y complejo, que nace en el seno de una población dada y que es transmitido por el aprendizaje y no por la herencia genética”, creo que se da de ella una definición un tanto reductiva, puesto que la noción más amplia de cultura, incluye, a mi entender, no tan sólo actitudes, sino, especialmente, conceptos, ideas, cuya forma de transmisión es, entre los humanos, esencialmente oral y/o escrita.
Que los simios son capaces de imitar a los humanos, es algo que se sabe desde siempre, no en vano existe la conocida expresión: “Ser un mono de imitación” que se refiere irónicamente a quien es proclive en imitar actitudes y gesticulaciones ajenas, lo que da a entender la capacidad de estos animales para copiar gestos y acciones realizadas por el hombre. Ciertamente, hay que reconocer en ellos capacidad de observación y memoria para retener los movimientos y actos realizados que, luego repetirán y que pueden llevar a cabo debido a su anatomía, tan parecida a la del ser humano; y si notan que esta actitud aprendida es beneficiosa para su forma de vida, es natural que la conserven y la utilicen los otros miembros del grupo.
Pero notemos que si pueden imitar actitudes humanas es, como he dicho antes, debido a su peculiar anatomía y también a su forma de andar, más o menos erecta. Por mucho que un perro, un pájaro o un lagarto observasen a un ser humano, serían incapaces de imitarlo, del mismo modo que si un hombre observa atentamente el vuelo de una ave, tampoco podrá volar, con los medios anatómicos de que dispone.
Por sí sola, la capacidad de imitación por parte de un animal, no representa un signo inequívoco de proximidad a la especie humana, si bien en el caso que analizamos, el cerebro de estos animales (los simios), está suficientemente desarrollado para emitir los impulsos nerviosos necesarios para la ejecución de determinados actos y movimientos. Si no fuera así, de qué les serviría, por ejemplo, tener manos prensiles con el pulgar oponible, si no pudiesen usarlos, o dicho de otra manera, de qué les serviría tener un cerebro con estas capacidades, sin los rasgos anatómicos descritos.
Si por determinadas habilidades y aptitudes de algunos animales, pudiésemos establecer su proximidad ontológica con el hombre, qué diríamos de algunas aves como el loro, la cotorra o el cuervo, que son capaces de articular palabras que también han aprendido a fuerza de oírlas…
Como vemos, algunos animales y, especialmente los simios, son capaces de adoptar actitudes y hábitos por observación. Puede ser que, accidentalmente, descubran que una determinada acción les favorezca en su forma de vida, y la incorporen a sus actividades habituales; hemos de reconocer que esto también sucede entre los humanos: por observación y también por casualidad, se han realizado descubrimientos y avances técnicos, pero no es menos cierto que, en su inmensa mayoría, estos se han debido a la reflexión y a la experimentación metódica. Los grandes avances científicos y tecnológicos que ha realizado el ser humano en el brevísimo espacio de tiempo que éste lleva sobre la Tierra, no se han dado en absoluto en el seno de ningún grupo animal, ni siquiera de los más evolucionados como son los chimpancés, bonobos o gorilas. Y sin llegar al extremo del campo tecnológico, tampoco en sus costumbres y formas de vida y de hábitat, han cambiado substancialmente: una hormiga o una abeja, siguen haciendo exactamente lo mismo que hacían sus más lejanas antecesoras, y lo mismo podemos decir de un león, un elefante, un lagarto o un mono: su género de vida y sus costumbres no han variado prácticamente en nada.
En el artículo anexo el autor dice:
Darwin lo dejó escrito: “En el plano mental, la diferencia entre el hombre y los animales superiores, a pesar de lo grande que pueda ser, es siempre una cuestión de grados, no de naturaleza”.
Francesc Nicolau i Pous, en su libro “Teories evolucionistes i ciència de l’evolució”, dice a este propósito, en la página 58:
“Los argumentos que formula para demostrar que la mente humana difiere sólo en grado de la de un animal no tienen ningún valor. Los campos de la psicología y de la ética son mucho más complejos que el de la pura biología, y no se puede extrapolar sin más un hecho biológico a un orden que no es el suyo”. (Traducido del original en catalán).
También en el mismo libro e igualmente traducido del catalán, en la página 73, referido a Alfred R. Wallace (1823-1913), que compartía las doctrinas de Darwin, se dice que en su obra: “Limits of natural selection in man” (“Límites de la selección natural en el hombre”)
… exponía que la inteligencia humana no habría podido surgir por selección natural: el hombre es “un ser en el cual la fuerza sutil que llamamos mente ha llegado a tener mucha más importancia que su estructura corporal”.
Y dice también:
“Yo inferiría que una inteligencia superior ha guiado el desarrollo del hombre en una dirección definida y por un propósito especial”.
En la página 74, también Wallace en la obra “Darwinism” (“Darwinismo”)
en la cual se mostraba completamente darwinista en la explicación de la evolución por la selección natural en el campo de la vida irracional, […] pero al llegar al problema del origen del hombre, insiste en la afirmación que la selección no puede explicar por sí sola el extraordinario desarrollo del cerebro humano, ni, en consecuencia, de las facultades mentales que poseemos.
En la página 474 de “Darwinism”, dice:
”[las facultades mentales] indican claramente que en el hombre existe alguna cosa que no ha derivado de sus progenitores animales y que podemos pensar que es de naturaleza o esencia espiritual, capaz de un desarrollo progresivo en condiciones favorables”. No hace falta decir que nosotros pensamos como Wallace y no como Darwin por lo que se refiere a este punto –dice el P. Francesc Nicolau- Hay un salto ontológico entre el psiquismo animal y el psiquismo humano que ya es de otro orden. (el subrayado es mio)
Riechmann se pregunta ¿dónde situaríamos a Adán, sin un Dios alfarero que lo crease del barro?. “Desde una perspectiva evolutiva, según la cual unas especies van dando nacimiento a otras, a través de pequeños cambios continuos y acumulativos, el creyente en la tesis de la diferencia antropológica tendría verdaderos problemas para dar el corte tajante que separase al animal humano de sus antecesores no humanos”.
Como el texto se refiere al “Dios alfarero que crea al hombre del barro”, seguiremos basándonos en la Biblia para completar el verdadero sentido que ésta da a la creación del hombre y de la mujer que, en mi opinión, siguiendo el relato bíblico, tiene elementos suficientemente claros para dar a entender la diferencia, no sólo de grado, del hombre respecto al resto de la Creación y de los animales, si bien es necesario admitir por lo que se refiere al cuerpo, su origen material, “del polvo de la tierra”, según el propio relato del Génesis.
Si leemeos el Génesis (Capítulo I, vers. 1 al 31; por lo que se refiere a la creación del ser Humano: vers. 26 al 28; asimismo Capitulo II, vers. 7 y 18 al 25), vemos que enumera todo lo que Dios va creando en el universo (este relato puede ser perfectamente compatible con la teoría de la evolución, puesto que no debe entenderse en sentido literal, sino simbólico) y emplea las expresiones: «Sea hecho», «Haya», «Produzca la tierra», «Produzcan las aguas», «Produzca el mar», de manera que todo va surgiendo por el mandato divino. Pero en el versículo 26, parece que cambia el tono de la narración y da a entender que se culmina la obra de la Creación con una actuación especial:
«Y por fin dijo [Dios]: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra: y domine a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a las bestias, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra”.
Y en el versículo 27:
“Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó, creólos varón y hembra”.
Es decir, el “Dios alfarero” al que alude Riechmann, no se limita a modelar un cuerpo “del barro de la tierra”, sino que le infunde su aliento, y lo hace a “su imagen y semejanza”. En el Capítulo II, versículo 7, dice:
“Formó, pues, el Señor Dios al hombre del lodo de la tierra, e inspiróle en el rostro un soplo o espíritu de vida, y quedó hecho el hombre viviente con alma racional”
Ahí está la diferencia ontológica entre el ser Humano y el resto de los seres vivientes, así como el fundamento de su dignidad como persona.
Si el relato del Génesis dijera, simplemente, que el hombre “surgió”, como los otros seres vivos, o incluso, sólo, que “fue modelado del barro”, tal vez sí que el creyente tendría problemas, al menos desde el punto de vista bíblico, para “separar al animal humano de sus antecesores no humanos” pero, como vemos, dicho relato marca una diferencia entre estos y aquél. Aunque, de todas formas, pienso que, en ese caso, tampoco el hombre, o ese “animal humano” que hubiera surgido, tendría las características de que goza la Humanidad que conocemos: entonces sí que podríamos pensar que este homínido sería, solamente, un grado más en la escala de la evolución.
Por lo que se refiere al lenguaje, como capacidad, tanto de comunicarse como de expresar sentimientos e ideas, que desde siempre se ha considerado exclusivo del ser Humano, el catedrático Víctor Gómez Pin, en su libro “El hombre, un animal singular”, página 157, dice:
Pues si se declara que el lenguaje es en esencia un instrumento para comunicar, se hace muy difícil excluir del lenguaje a los animales, ya que es del todo punto evidente que los animales tienen forma de transmisión de información, las cuales pueden incluso alcanzar un alto grado de sofisticación.
Nótese, sin embargo, que para transmitir información nos basta un código perfectamente restringido, que, al ser comprendido por una comunidad, produce en el receptor una respuesta que puede estrictamente ser no sólo automática sino reactiva, es decir, dependiente de un estado de cosas perfectamente delimitado o al menos delimitable.
No parece, desde luego, concebible que un código de tal tipo sea instrumento apto para las manifestaciones de disposiciones afectivas y, en general, psicológicas, no dependientes directamente de la determinación biológica y la adecuación ambiental a la misma. Los psicolingüistas se complacen a este respecto citando la siguiente frase de Bartrand Russell: “Por muy elocuente que sea el ladrido de un perro, éste jamás podrá decirle a usted que sus padres eran pobres pero honestos”.
Y en la página 158 y siguientes, del mismo libro:
Sin duda, el lazo entre la danza de la abeja y lo que tal danza designa –una sustancia azucarada a determinada distancia y posición— carece […] de semejanza. Pero se da en relación al caso del lenguaje humano una diferencia importantísima […]: el tipo de símbolo usado por la abeja es constante en su materialidad, mientras que en el caso de los humanos cambia, por ejemplo, cuando se cambia de lengua. La arbitrariedad (ni el sonido perro ni el sonido chien tiene nada que ver con el hoy domesticado mamífero de cuatro patas) se ve así reforzada por la mudanza de una lengua a otra.
El lenguaje nos libera de esa inmediatez a la que se ven reducidos los animales, susceptibles como mucho de alcanzar a disponer de un código de señales.
Podemos admitir, sin problemas, determinadas habilidades especialmente en animales anatómicamente parecidos al hombre (antropoides), podemos admitir también que por aprendizaje, por cierto en algunos casos, bastante laborioso, algunos de ellos lleguen a realizar ejercicios de comunicación que parecen dar a entender una percepción de lo que les rodea relacionando algunas cosas entre sí, pero estos experimentos, si bien han dado algún resultado, no han conseguido los objetivos que sus promotores creían obtener, quedando dichos resultados en un nivel bastante inferior del que se conseguía con un niño de dos años de edad:
Mencionemos […]el caso del chimpancé bautizado irónicamente Nim Chimsky, que fue confrontado a la tarea de construir oraciones con cuatro palabras. Los resultados fueron ulteriormente comparados con los de un niño de dos años, inducido a realizar oraciones limitadas a dos palabras.
A priori la situación era favorable al animal, pues suponiendo que ambos tuvieran la misma capacidad lingüística, es evidente que con cuatro palabras se pueden construir oraciones semántica y sintácticamente más sofisticadas que con dos palabras.
El resultado fue, sin embargo, decepcionante para los defensores de la homología entre humanos y primates, pues el niño utilizó casi tres veces más términos que el chimpancé.
A ello se añade que el chimpancé parecía «inspirarse» tan sólo en la medida en que él mismo
y la palabra «banana»se hallaban en juego.
…el niño ponía de manifiesto un muy desarrollado sentido de la sintaxis, con oraciones ordenadas en torno a una palabra que jugaba el papel de pivote y que habría el camino a un conjunto de posibilidades en principio ilimitado.
«El chimpancé, por el contrario, parecía no tener otra.capacidad que la de yuxtaponer términos, los cuales ciertamente tenían relación con sus inmediatos deseos y apetencias. Las frases del chimpancé parecen ser una accidental secuencia de palabras. Estas palabras son significativas por sí mismas, pero no parecen realmente hallarse insertas en una construcción sinuicticu»>. (Op. cit. Pág. 192 Y 193). (Los subrayados son míos).
Del libro antes citado, transcribo los siguientes párrafos, referidos a los animales como posibles productores de obras artísticas:
Se evoca usualmente el fenómeno indiscutible de que ciertos animales se manifiestan receptivos a diferencias del entorno que en nada afectan a las condiciones de subsistencia. Así, ciertopájaro de Nueva Guinea (bowerbird) no sólo adornaría la entrada de su nido sino que, al hacerlo, tomaría distancia para tener perspectiva y eventualmente modificar algún detalle. Aspecto importante de este comportamiento es que la ornamentación puede a veces ser modificada en razón de una visita a un vecino del entorno, lo cual pone de relieve que la exigencia de la misma tiene un origen esencialmente cultural.
De casos como este algunos deducen la tesis general de que los animales son susceptibles de percepción estética, tanto de orden plástico como acústico. Tal sensibilidad sería la lógica expresión de la evolución que hace de nuestros órganos perceptivos (ojos, oídos) algo muy cercano a los de nuestros parientes. Si compartimos el entorno, ¿cómo podría de hecho ser de otra manera?
Lo que en última instancia se sostiene es que las armonías cromáticas,figurativas o acústicas se dan de entrada en la naturaleza, y que nosotros las recreamos en ocasiones como resultado de ser receptivos a las mismas, al igual que lo son los demás animales. (páginas 102 y 103).
También en la página 107:
El llamado arte animal parece pecar a la vez por carencia de figuración y carencia de aquello que la mirada aprehende tras la figuración, que es precisamente lo que permite jerarquizar a un Zurbarán frente a aquellos que en su época reproducían la ordinaria representación de las cosas con no menor técnica que el maestro.
Señalemos, finalmente, que del «arte» pictórico animal tenemos apenas unos cuantos indicios, en la mayoría de los casos fruto de animales apartados de su entorno y sometidos a condicionamientos que acercan efectivamente su comportamiento al de los humanos… al precio de un artificio que, desde luego, debería plantear problemas a los defensores de los animales como sujetos de derecho.
y finalmente, en la página 113:
Asi pues, tratándose del canto de los pájaros, tan fácil es encontrar analogías con el lenguaje como encontrar analogías con la música. Encontrar analogías o encontrar diferencias irreductibies, pues dicho canto funciona indiscutiblemente como un instrumento de emisión de señales, y, como en otra parte de este libro enfatizamos, es absolutamente imprescindible no dar por supuesto que el lenguaje humano es un código de señales, análogo, por ejemplo, al usado por las abejas para dar cuenta de la existencia de una substancia azucarada.
Como vemos, no podemos considerar que se den verdaderas manifestaciones artísticas en los animales, ni siquiera en los primates. Si incluso el arte humano más primitivo que nos ha llegado, tanto pictórico como escultórico, no tiene parangón con los manchones o rayas que nos pueda trazar un macaco adiestrado, qué diremos de las grandes obras maestras de la pintura y de la escultura. Y pasando al campo de la música, tal vez la más excelsa de las artes, la que expresa un componente de espiritualidad más acusado, hemos de reconocer que, si bien algunas aves emiten bellos gorjeos y afinados trinos, ningún animal será nunca capaz de componer una «Novena Sinfonía», como Beethoven, o una «Pasión según San Mateo», de Bach, por citar sólo dos obras cumbres. Pero tampoco serían capaces de componer ni la más ramplona cancioncilla. Y si se tratara de interpretar, por parte de algún primate, música en algún instrumento, sólo se podrían oír sonidos discordantes, probablemente sin ningún ritmo y, desde luego, sin melodía alguna.
A los distintos fósiles encontrados que se cree pueden considerarse homínidos, es decir, del género «Homo», se les ha bautizado, según las características, como «Homo erectus», «Homo habilis», »Al que muchos antropólogos se refieren como el primer ser cabalmente civilizado y humanizado», (Cfr. Op, cit. Pág. 73), «Homo faber» y «Horno sapiens sapiens» entre otros, pero, a mi modo de ver, tal como expreso en otro lugar, la denominación específica que mejor caracteriza al ser humano, desde el momento en que tomó conciencia de sí mismo; de la existencia de otras realidades superiores; de la muerte y de otra vida después de ésta, por lo que entierra a sus difuntos con ritos especiales, hasta el hombre actual, es la de «Homo religiosus» u «Homo trascendens», y esta especificidad, característica esencial del ser humano, no es aplicable ni transferible a ningún otro ser irracional, por muy «homínido» que sea, siendo esa dimensión espiritual la que da al Hombre esas características específicas que no pueden explicarse solamente por una mayor o menor capacidad cerebral, ni tampoco únicamente por unas mayores o más complejas conexiones neuronales.
Con relación al asunto de los derechos de los animales, o incluso de los «objetos naturales», me remito a lo que expreso en mi escrito «El sufrimiento en los animales irracionales», del que la presente reflexión viene a constituir un complemento.
Cuando se habla de aspectos éticos o morales en los seres que no son humanos, pienso que se está empleando una terminología y unos conceptos totalmente inadecuados.
Los animales, por guiarse básicamente por el instinto y por las leyes propias de la Naturaleza, no actúan de modo premeditado, ni mucho menos consciente de la bondad o maldad de lo que están realizando. Estas categorias de «bondad» y «maldad», no tienen ningún sentido en la vida salvaje y libre, en el entorno o hábitat natural en que los animales se mueven. Sólo los que están en contacto más directo con el hombre (los animales domésticos), han tenido que «aprender», con mayor o menor éxito, unas «reglas de comportamiento» impuestas por sus dueños; por ejemplo: el perro debe aprender que no puede roer y mordisquear las zapatillas de su amo, o que no puede hacer sus necesidades en cualquier sitio de la casa. Esto supone un adiestramiento, que se basa en algún tipo de castigo o regañina cuando el animal no cumple lo que debe hacer, y por lo tanto, «sabe» que si lo hace será castigado, pero no sabe que está haciendo una cosa mala, sino algo que le llevará a una situación desagradable.
Como vemos, sólo podemos hablar, en lo que se refiere al comportamiento animal, de «aprendizaje» o mejor aún de «adiestramiento», nunca, si queremos hablar con propiedad, de educación, ni mucho menos de educación en valores, que entonces sí que comportaría consecuencias éticas y morales.
Por lo dicho anteriormente, los animales irracionales, no tan sólo los biológícamente más sencillos, sino incluso los más evolucionados, no son responsables de sus actos: no merecen premios ni castigos (porque no pueden ser juzgados con criterios de justicia humana), puesto que no actúan con absoluta libertad ni con conocimiento de causa, sino llevados por las circunstancias ambientales y siguiendo sus instintos innatos.
Si el hombre es susceptible de sufrir y de gozar (capacidad que yo niego para los seres irracionales, según lo que considero es el «sufrimiento» y el «gozo», y que explico en el escrito a que he aludido anteriormente), se debe a que el ser humano, libre. racional y consciente, es, por lo tanto, responsable de sus actos y está capacitado para saber lo que está bien y lo que está mal; lo bueno y lo malo, asimismo, cuando sucede algo doloroso o trágico, es consciente de ello, así como también, ante un suceso o una situación agradable y placentera, sufriendo en el primer caso y gozando, en el segundo. Y precisamente, por ser consciente de sus actos y de cuanto le sucede y le rodea, es responsable de los mismos (aunque siempre pueden darse condicionantes), por lo que puede ser merecedor de un premio o de un castigo.
Si partimos de una perspectiva de fe, y en base a las Sagradas Escrituras, vemos que, en parte, el sufrimiento en el mundo, viene dado por lo que llamamos pecado original que rompió, por decirlo así, el orden establecido por Dios, con las consecuencias que de ello se han derivado, especialmente para el género humano, representado en Adán y Eva, y que se han transmitido a las posteriores generaciones. Este hecho no afecta. al menos directamente, al resto de la Creación: ni a objetos, ni a vegetales, ni siquiera a los animales irracionales, pues, la serpiente, que aparece en el relato como instigadora de la desobediencia a Dios, no representa al resto del mundo animal, pues es sólo una imagen o símbolo del mal y del diablo. Por este motivo, pienso que los seres irracionales, no están sujetos, por lo menos de una manera tan directa a las consecuencias que de este hecho se derivan. Dios maldijo a la serpiente, sólo a ella y «en ella» a las fuerzas del mal que en ella se encarnaban, pero no a todos los animales. Por lo que se refiere al hombre, le despoja de los atributos con que le había adornado y somete a ambos, hombre y mujer, a las dificultades propias de la vida en la tierra, arrastrando las consecuencias de aquel pecado, una de las cuales es el sufrimiento, lo cual si se ve lógico en el género humano, seria, por el contrario, injusto para con los animales no racionales.
Se pretende argumentar como justificación para el llamado «Proyecto Gran Simio», que busca igualar en dignidad, en lo jurídico y lo moral, al grupo de los grandes simios, chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, con el hombre, la mínima diferencia genética que existe entre éste y aquellos.
Es comprensible, y no debe sorprender, que la diferencia genética sea muy poca, puesto que biológicamente somos muy parecidos (¡y esto no lo niega nadie!). Pero los genes no lo dicen todo ni lo explican todo, especialmente en el ser humano.
La dignidad del hombre no le viene dada por su bagaje genético, en lo que pueda aportarle de mayor o menor perfección biológica o corporal y, aunque el hombre está sujeto a determinados impulsos genéticamente instintivos (como sucede a otros animales) y en su carácter y temperamento también influyen algunos genes, no hay que olvidar que sus aptitudes y cualidades morales y, en algunos aspectos, las intelectuales (que como he dicho antes no pueden establecerse en los demás seres no humanos), aunque puedan tener algo que ver con algún aspecto genético, son susceptibles de modificación a través de la voluntad y la libertad de que el hombre está dotado, y todo ello es lo que le confiere la dignidad de que está investido.
Entre los múltiples aspectos que distinguen a los seres humanos de los animales irracionales, hay uno que, a mi entender, es importante; se trata de la capacidad de «hacer Historia».
En el Diccionario se define la Historia como «relación [o narración] de sucesos, hechos o manifestaciones» y añade «de la actividad humana». Aunque sólo atendamos a la primera parte de la definición, vemos que la misma, no puede aplicarse a ningún ser irracional. Como los humanos, todos los animales tienen diversas actividades: cazan, comen, se reproducen, juguetean, construyen, en muchos casos, sus habitáculos, luchan entre sí o se defienden de otros animales… , pero ninguno, ni individualmente, ni en grupo, realiza hazañas, acciones o hechos capaces de constituir una narración histórica, de «hacer Historia».
Si queremos escribir algo sobre un animal o el grupo en el que vive y al que pertenece, sólo podremos hacer una descripción de su aspecto, sus costumbres, su hábitat, su forma de alimentarse y reproducirse, y poca cosa más. Claro que de un individuo o de una tribu o sociedad humanas también se pueden hacer descripciones de este tipo, pero no es menos cierto que, en este caso, el aspecto más importante que podemos reflejar es el de su «Historia»: sus creencias, sus hazañas, sus vicisitudes, en definitiva, los hitos que han conformado su vida y su cultura, que han marcado su existencia y que han constituido sus vivencias, porque los animales, en su existencia. se limitan a «vivir», que en resumidas cuentas consiste en nacer, crecer, multiplicarse y morir; en cambio, los seres humanos, individual o comunitariamente, «tienen vivencias», es decir, según define a éstas el Diccionario: «hechos de experiencia que con participación consciente del sujeto [o sujetos], se incorporan a su personalidad».
Se habla a menudo de forma negativa de los espectáculos y festejos, algunos ancestrales, otros no tanto, en que se utilizan o intervienen animales, llegándose a caer en exageraciones, a mi modo de ver ridículas, como prohibir espectáculos circenses con animales o poner en entredicho la existencia de zoológicos. Me parece importante hacer una distinción que puede clarificar un poco el asunto. Es decir: no echar en el mismo saco actividades en las que intervienen animales, pero que tienen un cierto sentido lúdico y de habilidad en la doma y adiestramiento, o bien de lucha y competición, y las que representan un uso abusivo y gratuito del animal, sin ninguna finalidad ni causa aparente que justifique dicho abuso; y esto, no tanto por un sentido ético. sino más bien estético, al no justificarse la sangrienta brutalidad con que se trata al animal. Sin entrar en otras consideraciones, pienso que, por ejemplo, en el toreo existe una confrontación entre el toro y el torero, con una desigualdad manifiesta por la superioridad física del primero, en peso y fuerza frente al segundo, pero que se compensa, de alguna manera, incluso ante la posible astucia del toro, por la inteligencia del hombre que lucha contra él. Veo, pues, una diferencia considerable entre esta actividad que puede ser justificable, y el hecho de arrearle, sin más, una patada a un perro o a un gato que paseen tranquilamente por la calle, lo cual sí que no veo que tenga ninguna justificación: es, por lo tanto, una brutalidad gratuita. Lo mismo puede decirse de algunos festejos que se hacen en determinadas localidades en los cuales no puede hablarse de arte ni de lucha o medición de fuerzas entre el hombre y el animal, sino únicamente de maltrato de éste por parte de aquél.
Por lo que se refiere a las corridas de toros, sus detractores esgrimen una idea u opinión, según la cual los toreros, de modo particular, y los aficionados a ese espectáculo, en menor medida, serían poco menos que monstruos sangrientos y violentos, proclives en maltratar a seres humanos, pues, según ellos, quien de alguna manera maltrata a un animal, es también capaz de hacerlo con un niño o cualquier otra persona. También quedarían incluidos en esta categoría, de una manera especial, los cazadores.
Esta idea no merece ni tan sólo ser rebatida, pues no se sostiene por ningún lado y es una afirmación totalmente gratuita, sin ningún fundamento.
En la historia del toreo no hay ningún caso notable de actos violentos o criminales llevados a cabo por toreros contra personas (tal vez pueda haber alguna excepción, pero sería la que confirmaría la regla). En el caso de cazadores, al tratarse de un colectivo mucho más amplio y heterogéneo, no es posible establecer una tipología, pero creo que no seria muy diferente de la de otros grupos de personas y actividades.
Sin embargo, sí hay casos célebres de lo contrario: personas que son muy amantes de los animales y que son crueles y desconsideradas con sus semejantes (recuérdese el caso de Goring y de Hitler que expongo en otra reflexión anterior, y que puede hacerse extensivo a otros muchos casos constatables en la vida cotidiana), o Calígula, autor de múltiples crueldades, que hizo senador a su caballo «Incitatus».
J.A.P.L
Octubre 2005