LOS DERECHOS HUMANOS DEL TORO

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Transcribo el citado artículo de Andrés Trapiello en el Magazine de “La Vanguardia” del 22-08-10:

 <<Todos hemos oído y leído a estas alturas ya casi todo lo que queríamos oír y leer a propósito de la prohibición de celebrar corridas de toros en Cataluña. Lo que digamos va a cambiar poco las cosas, al menos de momento, aunque las corridas de toros podrán volver a Cataluña, si es verdad lo que decía Tolstoi: “Nada de lo que sucede es para siempre”.

A diferencia de los que estaban a favor de las corridas de toros, o, si se prefiere, en contra de su penalización, y que han desplegado toda una batería de argumentos filosóficos y estéticos, antropológicos, biológicos y económicos, a los detractores de ellas se diría que les bastó uno solo, no por elemental y vulnerable menos eficaz: gracias a él, y con la ayuda de algún que otro oportunismo político espurio, han logrado su propósito, y a menos que se celebren de forma clandestina, no volverá a verse lidiar toros bravos en Cataluña en mucho tiempo. Tal argumento se basaba, como es sabido, en el sufrimiento del toro y por extensión en lo que llamaron “los derechos del toro”. Incluso hicieron oídos sordos a las paradojas a que dará lugar la abolición de las corridas, como la de que defender al toro de lidia, suprimiendo la lidia, significará tarde o temprano la desaparición de la especie del toro de lidia, sin referirnos a que los legisladores pueden conceder derechos a los animales, pero no reconocérselos, por lo mismo que al hombre se le reconocen los derechos humanos, al margen de la voluntad de los legisladores. “En esta diferencia – nos recordaba la profesora de Ética y Filosofía Adela Cortina –, nos jugamos mucho”.

Al margen de si a uno le han gustado más o menos las corridas de toros o si está o no en contra de su prohibición, creo de veras que esto que ha sucedido acabaría sucediendo tarde o temprano, y resulta excesivo el culpar de ello únicamente al nacionalismo catalán, o si se prefiere al antinacionalismo español. La culpa de esto la han tenido Walt Disney y su cursilería irredenta, un gran número de documentales de televisión sobre la fauna del planeta y lo que el filósofo Fernando Savater llamó con mucha gracia el “conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de budismo al baño María”.

Después de más de medio siglo de películas de Disney,  muchos han llegado a creer, como nos recordaba Ferlosio, que los animales no sólo piensan y hablan, sino que lo hacen con esas voces empalagosas i ñoñas que han apestado nuestra infancia. La aberración de algunos documentales antropomórficos es de otra naturaleza: con envoltorio científico (las imágenes, frente a los dibujos animados, se supone que lo son), se les hace acompañar de discursos delirantes que pueden ir desde presentar como parricida al león que ha matado en una pelea al macho que lo engendró a suponer lujurioso a un mono o altruista a un perro lazarillo. Por último, ¿qué decir del budismo al baño María? A palo seco, nos condenaría a alimentarnos de mijo a todos. Que muchos hayan llegado, pues, a la conclusión de que el toro de lidia tiene un alma y conciencia de dolor y de muerte y que piensa como el espectador de un tendido, o mejor, como un abolicionista, o que acabaran reclamando el reconocimiento de los derechos humanos del toro, sólo era cuestión de tiempo>>.

(Més al respecte, «Cartes del Lector«, a «Catalunya Cristiana», del 10-07-08)


Disney-Animal-Sidekicks-Collage-disney-animal-sidekicks-21056934-500-500Algunos de los planteamientos que se hace el autor, me los había formulado yo también al considerar este asunto del sufrimiento de los animales irracionales. Es cierto que las películas de dibujos animados, sean de Disney o no, nos hacen sentir, si no una identificación con los personajes, sí una cierta “empatía” para con ellos. Pensemos que desde los tiempos clásicos, con Esopo, y posteriormente con Jean de La Fontaine y Félix María de Samaniego, por ejemplo, se hace hablar a los animales y se les atribuyen conductas humanas, por lo que no estoy totalmente de acuerdo en que son las películas de dibujos animados, sean las que sean, las que crean estos sentimientos, sino la mentalidad de quien las contempla que no sabe distinguir la ficción de la realidad, aunque en el momento de ver la película puedan emocionarnos las peripecias o tribulaciones por las que pasan los “protagonistas”. Por lo que se refiere a los documentales, estoy de acuerdo en que algunos están bastante manipulados y pretenden mostrarnos a los animales como si tuvieran sentimientos y valores éticos y actuaran en muchos casos de forma consciente, por lo que inciden en la mentalidad del espectador con más fuerza que las películas de dibujos animados, porque se les supone un carácter científico. La masa, el conjunto de gente que forma un grupo de población, es muy manipulable cuando se le toca la fibra sensible, por lo que muchas veces actúa de forma irracional, o dicho más suavemente, irreflexiva, dejándose llevar en muchos asuntos por el sentimiento o, peor aún, por el sentimentalismo, sin tener en cuenta otros argumentos o conceptos de tipo ético, antropológico, filosófico o biológico que, sin anular los sentimientos de cada persona, los sitúan en su justo lugar, evitando situaciones o actuaciones en que se suele caer en el ridículo, cuando no en una irracionalidad fundamentalista, propia, como en el asunto que nos ocupa, de determinadas ideologías animalistas carentes, en casi todos sus planteamientos, de valor científico y filosófico.

Esas películas y esos documentales, si nuestra formación  filosófica, antropológica y biológica no es sólida, puede hacernos caer fácilmente en la trampa de antropomorfizar a los animales, pensando que tienen los mismos sentimientos, las mismas reacciones y los mismos valores, que los seres humanos, lo cual está muy lejos de la realidad.

J.A.P.L.

Agosto 2010

«Herejes con muletas» por Albert Gimeno en «La Vanguardia» el 08-06-08


LOS SANTOS TIENEN DERECHO A LA VERDAD

(De “LA VANGUARDIA ESPAÑOLA”, por DANIEL ROPS, de la Academia Francesa).

Nunca se llamará bastante la atención sobre la trascendencia del cambio –realizado ante nuestros propios ojos- experimentado en la forma de escribir la historia religiosa.  Hace menos de cincuenta años, todo escritor católico que abordaba un tema canónico se creía  obligado  a hacerlo en términos apologéticos, exaltando sistemáticamente cuanto pudiese incrementar la gloria de la Iglesia, silenciando aquello que fuese menos favorable y creyendo como artículo de fe todos los sucesos milagrosos, sin conceder opción alguna a la crítica racionalista.

Basta abrir cualquier libro de los escritores católicos contemporáneos para percatarse del cambio sufrido. El gran papa León XIII había declarado ya en repetidas ocasiones que la Iglesia no ha de temer nada de la verdad, ni tiene nada que perder en ver a sus hijos mantenerse fieles a la verdad. Y su consejo ha sido escuchado.

EL EJEMPLO DE PIO XII

Además, el ejemplo ha sido dado por altísimas personalidades. Así, cuando Su Santidad Pío XII ordenó que se iniciasen las excavaciones en la basílica de San Pedro –para establecer de una vez si el primer papa pudo haber sido enterrado allí, en la colina Vaticana- era evidente el riesgo que corría: era posible que en las excavaciones no se descubriese absolutamente nada, que no se hiciese hallazgo alguno, lo que hubiera reforzado la teoría de aquellos que afirmaban que San Pedro no estuvo nunca en Roma.

Incluso se podría haber hallado la prueba de Dios sabe qué superchería. Sin embargo, la fidelidad de Pío XII a la verdad fue mayor que toda prudencia humana.

El resultado de la iniciativa es bien sabido: fue descubierto un cementerio cristiano, una impresionante tumba situada justamente debajo del altar papal, y toda esta vasta gama de tesoros arqueológicos que permiten actualmente a los historiadores más objetivos – como Jerónimo Caropino, por ejemplo, o el profesor protestante Oscar Cullman- afirmar que lo más probable es que el Príncipe de los Apóstoles fuese martirizado y enterrado allí.

LA AUTOBRIOGRAFIA APOCRIFA DE SANTA TERESA DE LISIEUX

Y he aquí otro ejemplo no menos chocante de este amor a la verdad. De la santa más conmovedora de nuestra época, Santa Teresa de Lisieux, poseemos una pretendida autobiografía titulada “Historia de un alma”. En realidad se trata de un original notablemente mejorado, en el sentido hagiográfico, por las Hermanas de la Orden. Y al mismo tiempo sus fotografías habían sido retocadas para dar a sus rasgos la dulzura que conocemos por la difusión de las tallas del Santo Suplicio.

Pero los tiempos han cambiado -¡y cómo!- y hemos visto publicada la edición completa de los textos auténticos de la Santa, acompañados de la reproducción fotográfica de los manuscritos a fin de que cada uno pudiera confrontar los pasajes.  Y todo ello completado por un álbum de impresionante verismo, de retratos de Teresa en el Carmelo, reproducciones sacadas de los clisés (¡sin retocar!), que le hizo su hermana. Y a pesar de todos estos cambios y de este retorno al verismo, no parece que la adorable criatura haya perdido nada de su aureola. Al contrario, ¿No nos parece ella ahora más humana, más real en su pasión contenida, en esas dudas superadas, en su santo candor y en su prodigiosa lucidez?.

EL AUTENTICO CURA DE ARS

En esta sucesión de “honradeces” en el historiador cristiano, no faltan los ejemplos. El de Santa Bernardette de Lourdes, tal como la conocemos gracias a los sabios trabajos del Abad Laurentin, no es de los menos impresionantes.

Pero hay un ejemplo más reciente, y altamente significativo en cuanto proviene de un miembro preeminente de la jerarquía eclesiástica –el obispo de Belley, monseñor Fourrey-. Este, hallándose al frente de la diócesis que otrora fuera del “cura de Ars”, consideró que era deber suyo –como pastor de almas y como historiador- estudiar directamente la figura del Santo. Como todo el mundo, monseñor Fourrey conocía la obra de monseñor Trochu sobre la vida del Santo, libro cuyos relatos y explicaciones da generosa entrada a lo milagroso.

Para gran sorpresa del obispo, sus investigaciones le llevaron al descubrimiento de documentos que los biógrafos del padre J. M. Vianney, el “cura de Ars·”, habían ignorado y que ni siquiera habían figurado en el proceso de canonización.

Así hallo legajos enteros con cartas del cura de Ars, toda una correspondencia de los Hermanos de la Sagrada Familia, que a la sazón tenían en Ars su casa madre, diarios escritos por personas que habían estado en estrecho contacto con el santo –su primer vicario, algunos domésticos- y confrontado todo este materiales encontró en una situación que pudo ser embarazosa.

Según todos estos documentos, el cura de Ars aparecía en forma bien diferente a como se le venía representando por los hagiógrafos tradicionales. Ahora se le veía con un temperamento casi violento – cuya primera reacción era frecuentemente viva-, y al mismo tiempo contradictorio, torturado, dudando de sí mismo, para, finalmente, entregarse plenamente a Dios con una humildad y un abandono ejemplares.

Y ahora se veía también junto al confesor de lucidez sobrenatural para leer en el fondo de las almas, un espíritu de juicio frecuentemente mediocre y deficiente, que se equivocaba con las personas y se dejaba embaucar fácilmente… En cuanto a la parte “maravillosa” de su vida, sin hacerla desaparecer en absoluto, los documentos nuevos la reducen bastante, incluso en los episodios en los que interviene el diablo.

Ante tales revelaciones otro hubiera titubeado en seguir, en dar a la publicidad sus hallazgos. Monseñor Fourrey, en cambio, consideró que su verdadero deber era servir a la verdad… a toda la verdad. El resultado de su actitud ha sido un libro admirable, “El cura de Ars auténtico”, donde Juan María Vianney aparece tal cual era. Es decir, mucho más humano, mucho más próximo a cada uno de nosotros y no obstante, ni un ápice menos santo. Un cura de Ars dominando la naturaleza humana, imponiéndosela por la práctica de las más simples virtudes: he aquí lo que gracias a monseñor Fourrey, conocerá la Historia.

Los santos, ellos también tienen derecho a la verdad y en definitiva, con ella salen ganando. Esta es la gran lección dada por el amplio giro registrado en la Historia Cristiana de nuestros días.

LOS ANIMALES Y EL SER HUMANO

(¡Qué buenos somos!, de un artículo aparecido en «La Vanguardia» el 26-08-2010)

Comentarios del artículo anterior.

Cuando se habla de cultura como “el desarrollo de un comportamiento distinto y complejo, que nace en el seno de una población dada y que es transmitido por el aprendizaje y no por la herencia genética”, creo que se da de ella una definición un tanto reductiva, puesto que la noción más amplia de cultura, incluye, a mi entender, no tan sólo actitudes, sino, especialmente, conceptos, ideas, cuya forma de transmisión es, entre los humanos, esencialmente oral y/o escrita.

Que los simios son capaces de imitar a los  humanos, es algo que se sabe desde siempre, no en vano existe la conocida expresión: “Ser un mono de imitación” que se refiere irónicamente a quien es proclive en  imitar actitudes y gesticulaciones ajenas, lo que da a entender la capacidad de estos animales para copiar gestos y acciones realizadas por el hombre. Ciertamente, hay que reconocer en ellos capacidad de observación y memoria para retener los movimientos y actos realizados que, luego repetirán y que pueden llevar a cabo debido a su anatomía, tan parecida a la del ser humano; y si notan que esta actitud aprendida es beneficiosa para su forma de vida, es natural que la conserven y la utilicen los otros miembros del grupo.

Pero notemos que si pueden imitar actitudes humanas es, como he dicho antes, debido a su peculiar anatomía y también a su forma de andar, más o menos erecta. Por mucho que un perro, un pájaro o un lagarto observasen a un ser humano, serían incapaces de imitarlo, del mismo modo que si un hombre observa atentamente el vuelo de una ave, tampoco podrá volar, con los medios anatómicos de que dispone.

Por sí sola, la capacidad de imitación por parte de un animal, no representa un signo inequívoco de proximidad a la especie humana, si bien en el caso que analizamos, el cerebro de estos animales (los simios), está suficientemente desarrollado para emitir los impulsos nerviosos necesarios para la ejecución de determinados actos y movimientos. Si no fuera así, de qué les serviría, por ejemplo, tener manos prensiles con el pulgar oponible, si no pudiesen usarlos, o dicho de otra manera, de qué les serviría tener un cerebro con estas capacidades, sin los rasgos anatómicos descritos.

Si por determinadas habilidades y aptitudes de algunos animales, pudiésemos establecer su proximidad ontológica con el hombre, qué diríamos de algunas aves como el loro, la cotorra o el cuervo, que son capaces de articular palabras que también han aprendido a fuerza de oírlas…

Como vemos, algunos animales y, especialmente los simios, son capaces de adoptar actitudes y hábitos por observación. Puede ser que, accidentalmente, descubran que una determinada acción les favorezca en su forma de vida, y la incorporen a sus actividades habituales; hemos de reconocer que esto también sucede entre los humanos: por observación y también por casualidad, se han realizado descubrimientos y avances técnicos, pero no es menos cierto que, en su inmensa mayoría, estos se han debido a la reflexión y a la experimentación metódica. Los grandes avances científicos y tecnológicos que ha realizado el ser humano en el brevísimo espacio de tiempo que éste lleva sobre la Tierra, no se han dado en absoluto en el seno de ningún grupo animal, ni siquiera de los más evolucionados como son los chimpancés, bonobos o gorilas. Y sin llegar al extremo del campo tecnológico, tampoco en sus costumbres y formas de vida y de hábitat, han cambiado substancialmente: una hormiga o una abeja, siguen haciendo exactamente lo mismo que hacían sus más lejanas antecesoras, y lo mismo podemos decir de un león, un elefante, un lagarto o un mono: su género de vida y sus costumbres no han variado prácticamente en nada.

En el artículo anexo el autor dice:

Darwin lo dejó escrito: “En el plano mental, la diferencia  entre el hombre y los animales superiores, a pesar de lo grande que pueda ser, es siempre una cuestión de grados, no de naturaleza”.

Francesc Nicolau i Pous, en su libro “Teories evolucionistes i ciència de l’evolució”, dice a este propósito, en la página 58:

“Los argumentos que formula para demostrar que la mente humana difiere sólo en grado de la de un animal no tienen ningún valor. Los campos de la psicología y de la ética son mucho más complejos que el de la pura biología, y no se puede extrapolar  sin más un hecho biológico a un orden que no es el suyo. (Traducido del original en catalán).

También en el mismo libro e igualmente traducido del catalán, en la página 73,  referido a Alfred R. Wallace (1823-1913), que compartía las doctrinas de Darwin, se dice que en su obra: “Limits of natural selection in man” (“Límites de la selección natural en el hombre”)

exponía que la inteligencia humana no habría podido surgir por selección natural: el hombre es “un ser  en el cual la fuerza sutil que llamamos mente ha llegado a tener mucha más importancia que su estructura corporal”.

Y dice también:

Yo inferiría que una inteligencia superior ha guiado el desarrollo del hombre en una dirección definida y por un propósito especial.

En la página 74, también Wallace en la obra “Darwinism” (“Darwinismo”)

en la cual se mostraba completamente darwinista en la explicación de la evolución  por la selección natural en el campo de la vida irracional, […] pero al llegar al problema del origen del hombre, insiste en la afirmación que la selección no puede explicar por sí sola el extraordinario desarrollo del cerebro humano, ni, en consecuencia, de las facultades mentales que poseemos.

En la página 474 de “Darwinism”, dice:

”[las facultades mentales] indican claramente que en el hombre existe alguna cosa que no ha derivado de sus progenitores animales y que podemos pensar que es de naturaleza o esencia espiritual, capaz de un desarrollo progresivo en condiciones favorables”. No hace falta decir que nosotros pensamos como Wallace y no como Darwin por lo que se refiere a este punto –dice el P. Francesc Nicolau- Hay un salto ontológico entre el psiquismo animal y el psiquismo humano que ya es de otro orden. (el subrayado es mio)

Riechmann se pregunta ¿dónde situaríamos a Adán, sin un Dios alfarero que lo crease del barro?. “Desde una perspectiva evolutiva, según la cual unas especies van dando nacimiento a otras, a través de pequeños cambios continuos y acumulativos, el creyente en la tesis de la diferencia antropológica tendría verdaderos problemas para dar el corte tajante que separase al animal humano de sus antecesores no humanos”.

Como el texto se refiere al “Dios alfarero que crea al hombre del barro”, seguiremos basándonos en la Biblia para completar el verdadero sentido que ésta da a la creación del hombre y de la mujer que, en mi opinión, siguiendo el relato bíblico, tiene elementos suficientemente claros para dar a entender la diferencia, no sólo de grado, del hombre respecto al resto de la Creación y de los animales, si bien es necesario admitir por lo que se refiere al cuerpo, su origen material, “del polvo de la tierra”, según el propio relato del Génesis.

Si leemeos el Génesis (Capítulo I, vers. 1 al 31; por lo que se refiere a la creación del ser Humano: vers. 26 al 28; asimismo Capitulo II, vers. 7 y 18 al 25), vemos que enumera todo lo que Dios va creando en el universo (este relato puede ser perfectamente compatible con la teoría de la evolución, puesto que no debe entenderse en sentido literal, sino simbólico) y emplea las expresiones: «Sea hecho», «Haya», «Produzca la tierra», «Produzcan las aguas», «Produzca el mar», de manera que todo va surgiendo por el mandato divino. Pero en el versículo 26, parece que cambia el tono de la narración y da a entender que se culmina la obra de la Creación con una actuación especial:

«Y por fin dijo [Dios]: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra: y domine a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a las bestias, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra”.

Y en el versículo 27:

“Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó, creólos varón y hembra”.

Es decir, el “Dios alfarero” al que alude Riechmann, no se limita a modelar un cuerpo “del barro de la tierra”, sino que le infunde su aliento, y lo hace a “su imagen y semejanza”. En el Capítulo II, versículo 7, dice:

“Formó, pues, el Señor Dios al hombre del lodo de la tierra, e inspiróle en el rostro un soplo o espíritu de vida, y quedó hecho el hombre viviente con alma racional”

Ahí está la diferencia ontológica entre el ser Humano y el resto de los seres vivientes, así como el fundamento de su dignidad como persona.

Si el relato del Génesis dijera, simplemente, que el hombre “surgió”, como los otros seres vivos, o incluso, sólo,  que “fue modelado del barro”, tal vez sí que el creyente tendría problemas, al menos desde el punto de vista bíblico, para “separar al animal humano de sus antecesores no humanos” pero, como vemos, dicho relato marca una diferencia entre estos y aquél. Aunque, de todas formas, pienso que, en ese caso, tampoco el hombre, o ese “animal humano” que hubiera surgido, tendría las características de que goza la Humanidad que conocemos: entonces sí que podríamos pensar que este homínido sería, solamente, un grado más en la escala de la evolución.

Por lo que se refiere al lenguaje, como capacidad, tanto de comunicarse como de expresar sentimientos e ideas, que desde siempre se ha considerado exclusivo del ser Humano, el catedrático Víctor Gómez Pin, en su libro “El hombre, un animal singular”, página 157, dice:

Pues si se declara que el lenguaje es en esencia un instrumento para comunicar, se hace muy difícil excluir del lenguaje a los animales, ya que es del todo punto evidente que los animales tienen forma de transmisión de información, las cuales pueden incluso alcanzar un alto grado de sofisticación.

Nótese, sin embargo, que para transmitir información nos basta un código perfectamente restringido, que, al ser comprendido por una comunidad, produce en el receptor una respuesta que puede estrictamente ser no sólo automática sino reactiva, es decir, dependiente de un estado de cosas perfectamente delimitado o al menos delimitable.

 No parece, desde luego, concebible que un código de tal tipo sea instrumento apto para las manifestaciones de disposiciones afectivas y, en general, psicológicas, no dependientes directamente de la determinación biológica y la adecuación ambiental a la misma. Los psicolingüistas se complacen a este respecto citando la siguiente frase de Bartrand Russell: “Por muy elocuente que sea el ladrido de un perro, éste jamás podrá decirle a usted  que sus padres eran pobres pero honestos”.

Y en la página 158 y siguientes, del mismo libro:

 Sin duda, el lazo entre la danza de la abeja y lo que tal danza designa –una sustancia azucarada a determinada distancia y posición— carece […] de semejanza. Pero se da en relación al caso del lenguaje humano una diferencia importantísima […]: el tipo de símbolo usado por la abeja es constante en su materialidad, mientras que en el caso de los humanos cambia, por ejemplo, cuando se cambia de lengua. La arbitrariedad (ni el sonido perro ni el sonido chien  tiene  nada que ver con el hoy domesticado mamífero de cuatro patas) se ve así reforzada por la mudanza de una lengua a otra.

El lenguaje nos libera de esa inmediatez a la que se ven reducidos los animales, susceptibles como mucho de alcanzar a disponer de un código de señales.

Podemos admitir, sin problemas, determinadas habilidades especialmente en animales anatómicamente parecidos al hombre (antropoides), podemos admitir también que por aprendizaje, por cierto en algunos casos, bastante laborioso, algunos de ellos lleguen a realizar ejercicios de comunicación que parecen dar a entender una percepción de lo que les rodea relacionando algunas cosas entre sí, pero estos experimentos, si bien han dado algún resultado, no han conseguido los objetivos que sus promotores creían obtener, quedando dichos resultados en un nivel bastante inferior del que se conseguía con un niño de dos años de edad:

Mencionemos […]el caso del chimpancé bautizado irónicamente Nim Chimsky, que fue confrontado a la tarea de construir oraciones con cuatro palabras. Los resultados fueron ulteriormente comparados con los de un niño de dos años, inducido a realizar oraciones limitadas a dos palabras.

A priori la situación era favorable al animal, pues suponiendo que ambos tuvieran la misma capacidad lingüística, es evidente que con cuatro palabras se pueden construir oraciones semántica y sintácticamente más sofisticadas que con dos palabras.

El resultado fue, sin embargo, decepcionante para los defensores de la homología entre humanos y primates, pues el niño utilizó casi tres veces más términos que el chimpancé. 

A ello se añade que el chimpancé parecía «inspirarse» tan sólo en la medida en que él mismo
y la palabra «banana»se hallaban en juego.

el niño ponía de manifiesto un muy desarrollado sentido de la sintaxis, con oraciones ordenadas en torno a una palabra que jugaba el papel de pivote y que habría el camino a un conjunto de posibilidades en principio ilimitado.

«El chimpancé, por el contrario, parecía no tener otra.capacidad que la de yuxtaponer términos, los cuales ciertamente tenían relación con sus inmediatos deseos y apetencias. Las frases del chimpancé parecen ser una accidental secuencia de palabras. Estas palabras son significativas por sí mismas, pero no parecen realmente hallarse insertas en una construcción sinuicticu»>. (Op. cit. Pág. 192 Y 193). (Los subrayados son míos).

Del libro antes citado, transcribo los siguientes párrafos, referidos a los animales como posibles productores de obras artísticas:

Se evoca usualmente el fenómeno indiscutible de que ciertos animales se manifiestan receptivos a diferencias del entorno que en nada afectan a las condiciones de subsistencia. Así, ciertopájaro de Nueva Guinea (bowerbird) no sólo adornaría la entrada de su nido sino que, al hacerlo, tomaría distancia para tener perspectiva y eventualmente modificar algún detalle. Aspecto importante de este comportamiento es que la ornamentación puede a veces ser modificada en razón de una visita a un vecino del entorno, lo cual pone de relieve que la exigencia de la misma tiene un origen esencialmente cultural.

De casos como este algunos deducen la tesis general de que los animales son susceptibles de percepción estética, tanto de orden plástico como acústico. Tal sensibilidad sería la lógica expresión de la evolución que hace de nuestros órganos perceptivos (ojos, oídos) algo muy cercano a los de nuestros parientes. Si compartimos el entorno, ¿cómo podría de hecho ser de otra manera?

Lo que en última instancia se sostiene es que las armonías cromáticas,figurativas o acústicas se dan de entrada en la naturaleza, y que nosotros las recreamos en ocasiones como resultado de ser receptivos a las mismas, al igual que lo son los demás animales. (páginas 102 y 103).

También en la página 107:

El llamado arte animal parece pecar a la vez por carencia de figuración y carencia de aquello que la mirada aprehende tras la figuración, que es precisamente lo que permite jerarquizar a un Zurbarán frente a aquellos que en su época reproducían la ordinaria representación de las cosas con no menor técnica que el maestro.

Señalemos, finalmente, que del «arte» pictórico animal tenemos apenas unos cuantos indicios, en la mayoría de los casos fruto de animales apartados de su entorno y sometidos a condicionamientos que acercan efectivamente su comportamiento al de los humanos… al precio de un artificio que, desde luego, debería plantear problemas a los defensores de los animales como sujetos de derecho.

y finalmente, en la página 113:

Asi pues, tratándose del canto de los pájaros, tan fácil es encontrar analogías con el lenguaje como encontrar analogías con la música. Encontrar analogías o encontrar diferencias irreductibies, pues dicho canto funciona indiscutiblemente como un instrumento de emisión de señales, y, como en otra parte de este libro enfatizamos, es absolutamente imprescindible no dar por supuesto que el lenguaje humano es un código de señales, análogo, por ejemplo, al usado por las abejas para dar cuenta de la existencia de una substancia azucarada.

Como vemos, no podemos considerar que se den verdaderas manifestaciones artísticas en los animales, ni siquiera en los primates. Si incluso el arte humano más primitivo que nos ha llegado, tanto pictórico como escultórico, no tiene parangón con los manchones o rayas que nos pueda trazar un macaco adiestrado, qué diremos de las grandes obras maestras de la pintura y de la escultura. Y pasando al campo de la música, tal vez la más excelsa de las artes, la que expresa un componente de espiritualidad más acusado, hemos de reconocer que, si bien algunas aves emiten bellos gorjeos y afinados trinos, ningún animal será nunca capaz de componer una «Novena Sinfonía», como Beethoven, o una «Pasión según San Mateo», de Bach, por citar sólo dos obras cumbres. Pero tampoco serían capaces de componer ni la más ramplona cancioncilla. Y si se tratara de interpretar, por parte de algún primate, música en algún instrumento, sólo se podrían oír sonidos discordantes, probablemente sin ningún ritmo y, desde luego, sin melodía alguna.

A los distintos fósiles encontrados que se cree pueden considerarse homínidos, es decir, del género «Homo», se les ha bautizado, según las características, como «Homo erectus», «Homo habilis», »Al que muchos antropólogos se refieren como el primer ser cabalmente civilizado y humanizado», (Cfr. Op, cit. Pág. 73), «Homo faber» y «Horno sapiens sapiens» entre otros, pero, a mi modo de ver, tal como expreso en otro lugar, la denominación específica que mejor caracteriza al ser humano, desde el momento en que tomó conciencia de sí mismo; de la existencia de otras realidades superiores; de la muerte y de otra vida después de ésta, por lo que entierra a sus difuntos con ritos especiales, hasta el hombre actual, es la de «Homo religiosus» u «Homo trascendens», y esta especificidad, característica esencial del ser humano, no es aplicable ni transferible a ningún otro ser irracional, por muy «homínido» que sea, siendo esa dimensión espiritual la que da al Hombre esas características específicas que no pueden explicarse solamente por una mayor o menor capacidad cerebral, ni tampoco únicamente por unas mayores o más complejas conexiones neuronales.

Con relación al asunto de los derechos de los animales, o incluso de los «objetos naturales», me remito a lo que expreso en mi escrito «El sufrimiento en los animales irracionales», del que la presente reflexión viene a constituir un complemento.

Cuando se habla de aspectos éticos o morales en los seres que no son humanos, pienso que se está empleando una terminología y unos conceptos totalmente inadecuados.

Los animales, por guiarse básicamente por el instinto y por las leyes propias de la Naturaleza, no actúan de modo premeditado, ni mucho menos consciente de la bondad o maldad de lo que están realizando. Estas categorias de «bondad» y «maldad», no tienen ningún sentido en la vida salvaje y libre, en el entorno o hábitat natural en que los animales se mueven. Sólo los que están en contacto más directo con el hombre (los animales domésticos), han tenido que «aprender», con mayor o menor éxito, unas «reglas de comportamiento» impuestas por sus dueños; por ejemplo: el perro debe aprender que no puede roer y mordisquear las zapatillas de su amo, o que no puede hacer sus necesidades en cualquier sitio de la casa. Esto supone un adiestramiento, que se basa en algún tipo de castigo o regañina cuando el animal no cumple lo que debe hacer, y por lo tanto, «sabe» que si lo hace será castigado, pero no sabe que está haciendo una cosa mala, sino algo que le llevará a una situación desagradable.

Como vemos, sólo podemos hablar, en lo que se refiere al comportamiento animal, de «aprendizaje» o mejor aún de «adiestramiento», nunca, si queremos hablar con propiedad, de educación, ni mucho menos de educación en valores, que entonces sí que comportaría consecuencias éticas y morales.

Por lo dicho anteriormente, los animales irracionales, no tan sólo los biológícamente más sencillos, sino incluso los más evolucionados, no son responsables de sus actos: no merecen premios ni castigos (porque no pueden ser juzgados con criterios de justicia humana), puesto que no actúan con absoluta libertad ni con conocimiento de causa, sino llevados por las circunstancias ambientales y siguiendo sus instintos innatos.

Si el hombre es susceptible de sufrir y de gozar (capacidad que yo niego para los seres irracionales, según lo que considero es el «sufrimiento» y el «gozo», y que explico en el escrito a que he aludido anteriormente), se debe a que el ser humano, libre. racional y consciente, es, por lo tanto, responsable de sus actos y está capacitado para saber lo que está bien y lo que está mal; lo bueno y lo malo, asimismo, cuando sucede algo doloroso o trágico, es consciente de ello, así como también, ante un suceso o una situación agradable y placentera, sufriendo en el primer caso y gozando, en el segundo. Y precisamente, por ser consciente de sus actos y de cuanto le sucede y le rodea, es responsable de los mismos (aunque siempre pueden darse condicionantes), por lo que puede ser merecedor de un premio o de un castigo.

Otranto (Lecce) (Pouilles Romanes) (Puglia) Catedral 163. EvaSi partimos de una perspectiva de fe, y en base a las Sagradas Escrituras, vemos que, en parte, el sufrimiento en el mundo, viene dado por lo que llamamos pecado original que rompió, por decirlo así, el orden establecido por Dios, con las consecuencias que de ello se han derivado, especialmente para el género humano, representado en Adán y Eva, y que se han transmitido a las posteriores generaciones. Este hecho no afecta. al menos directamente, al resto de la Creación: ni a objetos, ni a vegetales, ni siquiera a los animales irracionales, pues, la serpiente, que aparece en el relato como instigadora de la desobediencia a Dios, no representa al resto del mundo animal, pues es sólo una imagen o símbolo del mal y del diablo. Por este motivo, pienso que los seres irracionales, no están sujetos, por lo menos de una manera tan directa a las consecuencias que de este hecho se derivan. Dios maldijo a la serpiente, sólo a ella y «en ella» a las fuerzas del mal que en ella se encarnaban, pero no a todos los animales. Por lo que se refiere al hombre, le despoja de los atributos con que le había adornado y somete a ambos, hombre y mujer, a las dificultades propias de la vida en la tierra, arrastrando las consecuencias de aquel pecado, una de las cuales es el sufrimiento, lo cual si se ve lógico en el género humano, seria, por el contrario, injusto para con los animales no racionales.

Se pretende argumentar como justificación para el llamado «Proyecto Gran Simio», que busca igualar en dignidad, en lo jurídico y lo moral, al grupo de los grandes simios, chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, con el hombre, la mínima diferencia genética que existe entre éste y aquellos.

Es comprensible, y no debe sorprender, que la diferencia genética sea muy poca, puesto que biológicamente somos muy parecidos (¡y esto no lo niega nadie!). Pero los genes no lo dicen todo ni lo explican todo, especialmente en el ser humano.

La dignidad del hombre no le viene dada por su bagaje genético, en lo que pueda aportarle de mayor o menor perfección biológica o corporal y, aunque el hombre está sujeto a determinados impulsos genéticamente instintivos (como sucede a otros animales) y en su carácter y temperamento también influyen algunos genes, no hay que olvidar que sus aptitudes y cualidades morales y, en algunos aspectos, las intelectuales (que como he dicho antes no pueden establecerse en los demás seres no humanos), aunque puedan tener algo que ver con algún aspecto genético, son susceptibles de modificación a través de la voluntad y la libertad de que el hombre está dotado, y todo ello es lo que le confiere la dignidad de que está investido.

Entre los múltiples aspectos que distinguen a los seres humanos de los animales irracionales, hay uno que, a mi entender, es importante; se trata de la capacidad de «hacer Historia».

En el Diccionario se define la Historia como «relación [o narración] de sucesos, hechos o manifestaciones» y añade «de la actividad humana». Aunque sólo atendamos a la primera parte de la definición, vemos que la misma, no puede aplicarse a ningún ser irracional. Como los humanos, todos los animales tienen diversas actividades: cazan, comen, se reproducen, juguetean, construyen, en muchos casos, sus habitáculos, luchan entre sí o se defienden de otros animales… , pero ninguno, ni individualmente, ni en grupo, realiza hazañas, acciones o hechos capaces de constituir una narración histórica, de «hacer Historia».

Si queremos escribir algo sobre un animal o el grupo en el que vive y al que pertenece, sólo podremos hacer una descripción de su aspecto, sus costumbres, su hábitat, su forma de alimentarse y reproducirse, y poca cosa más. Claro que de un individuo o de una tribu o sociedad humanas también se pueden hacer descripciones de este tipo, pero no es menos cierto que, en este caso, el aspecto más importante que podemos reflejar es el de su «Historia»: sus creencias, sus hazañas, sus vicisitudes, en definitiva, los hitos que han conformado su vida y su cultura, que han marcado su existencia y que han constituido sus vivencias, porque los animales, en su existencia. se limitan a «vivir», que en resumidas cuentas consiste en nacer, crecer, multiplicarse y morir; en cambio, los seres humanos, individual o comunitariamente, «tienen vivencias», es decir, según define a éstas el Diccionario: «hechos de experiencia que con participación consciente del sujeto [o sujetos], se incorporan a su personalidad».

Se habla a menudo de forma negativa de los espectáculos y festejos, algunos ancestrales, otros no tanto, en que se utilizan o intervienen animales, llegándose a caer en exageraciones, a mi modo de ver ridículas, como prohibir espectáculos circenses con animales o poner en entredicho la existencia de zoológicos. Me parece importante hacer una distinción que puede clarificar un poco el asunto. Es decir: no echar en el mismo saco actividades en las que intervienen animales, pero que tienen un cierto sentido lúdico y de habilidad en la doma y adiestramiento, o bien de lucha y competición, y las que representan un uso abusivo y gratuito del animal, sin ninguna finalidad ni causa aparente que justifique dicho abuso; y esto, no tanto por un sentido ético. sino más bien estético, al no justificarse la sangrienta brutalidad con que se trata al animal. Sin entrar en otras consideraciones, pienso que, por ejemplo, en el toreo existe una confrontación entre el toro y el torero, con una desigualdad manifiesta por la superioridad física del primero, en peso y fuerza frente al segundo, pero que se compensa, de alguna manera, incluso ante la posible astucia del toro, por la inteligencia del hombre que lucha contra él. Veo, pues, una diferencia considerable entre esta actividad que puede ser justificable, y el hecho de arrearle, sin más, una patada a un perro o a un gato que paseen tranquilamente por la calle, lo cual sí que no veo que tenga ninguna justificación: es, por lo tanto, una brutalidad gratuita. Lo mismo puede decirse de algunos festejos que se hacen en determinadas localidades en los cuales no puede hablarse de arte ni de lucha o medición de fuerzas entre el hombre y el animal, sino únicamente de maltrato de éste por parte de aquél.

Por lo que se refiere a las corridas de toros, sus detractores esgrimen una idea u opinión, según la cual los toreros, de modo particular, y los aficionados a ese espectáculo, en menor medida, serían poco menos que monstruos sangrientos y violentos, proclives en maltratar a seres humanos, pues, según ellos, quien de alguna manera maltrata a un animal, es también capaz de hacerlo con un niño o cualquier otra persona. También quedarían incluidos en esta categoría, de una manera especial, los cazadores.

Esta idea no merece ni tan sólo ser rebatida, pues no se sostiene por ningún lado y es una afirmación totalmente gratuita, sin ningún fundamento.

En la historia del toreo no hay ningún caso notable de actos violentos o criminales llevados a cabo por toreros contra personas (tal vez pueda haber alguna excepción, pero sería la que confirmaría la regla). En el caso de cazadores, al tratarse de un colectivo mucho más amplio y heterogéneo, no es posible establecer una tipología, pero creo que no seria muy diferente de la de otros grupos de personas y actividades.

Sin embargo, sí hay casos célebres de lo contrario: personas que son muy amantes de los animales y que son crueles y desconsideradas con sus semejantes (recuérdese el caso de Goring y de Hitler que expongo en otra reflexión anterior, y que puede hacerse extensivo a otros muchos casos constatables en la vida cotidiana), o Calígula, autor de múltiples crueldades, que hizo senador a su caballo «Incitatus».

J.A.P.L

Octubre 2005

LA UNIVERSALIDAD DE LA IGLESIA

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La universalidad o catolicidad de la Iglesia es, junto con la unicidad, la santidad y la apostolicidad, una de las notas distintivas de la verdadera Iglesia de Jesucristo.

¿Qué se entiende por universalidad o catolicidad? Estos términos explican que la Iglesia, por su misma naturaleza, está llamada a extenderse por todo el mundo, y de hecho, puede decirse que lo está, pero no tan sólo en un sentido geográfico, sino que también, en  sentido antropológico, se refiere a la capacidad de aceptación que, por la naturaleza de su mensaje y la forma de vida que propone, tiene frente a culturas y razas diversas, no porque no tenga exigencias profundas de vida y de actuación, que evidentemente las tiene, puesto que el Cristianismo no es una teoría o una filosofía: sino que es, en el seguimiento de la persona de Jesucristo, una Fe que se traduce en una puesta en práctica, en la actitud y la actuación cotidianas de sus miembros, de los valores que comporta, y porque las exigencias que propone, están de acuerdo y sintonizan con las necesidades y aspiraciones básicas más profundas de todo el género humano. No se basa en iniciativas visionarias, folclorismos o localismos sino en realidades esenciales, puesto que proceden de Dios, para la convivencia humana y social, y están llamadas a significar y a realizar el amor libertador de Dios Padre, manifestado a través de la historia, a todo el Mundo.

Tal vez pueda parecer un exceso de optimismo, pero creo que no puede considerarse utópico que, con un poco de buena voluntad, y dejando de lado prejuicios e intereses  particularistas, un hindú, un budista, un mahometano, un animista, etc., miembros de pueblos y culturas diversos, puedan asumir sin demasiados problemas, los preceptos morales y la praxis propios del Cristianismo y, concretamente, de la Iglesia Católica, incluidos en el mensaje Evangélico y rectamente entendidos, pues, a pesar de comportar un cambio en algunas de sus creencias y costumbres, con el enorme peso de tradición multisecular que hay detrás de ellas, repercuten en muchos casos en una mejora sustancial de su calidad de vida y de su dignidad como seres humanos, dando cabida y respuesta a sus aspiraciones más profundas como tales. Por lo que se refiere a las cuestiones dogmáticas, hay que reconocer que algunas pueden resultar más problemáticas que otras, pero tampoco es desatinado pensar que puedan ser aceptadas intelectualmente y cordialmente asumidas. También por parte católica, han de ser reconocidos los valores positivos que todas las religiones contienen.

catolicos120213_0El Cristianismo y, consecuentemente, el Catolicismo, si bien se perciben en ellos algunas tradiciones y costumbres profundamente arraigadas desde la más remota antigüedad en el alma del hombre (por lo que se refiere a algunas manifestaciones de la religiosidad, reflejadas en algunos ritos y costumbres), no es un folclorismo institucionalizado en forma de religión; de ahí que no pueda ser encerrado en un ambiente, una época o una cultura concretos, y visto como una curiosidad, sino que es capaz de revestir y dar un nuevo sentido a las tradiciones de los diversos pueblos, sin que por ello deban perder su idiosincrasia y los valores más puros que presentan como raza o cultura y, a su vez, tiene el dinamismo necesario para adaptarse a las necesidades de los diversos tiempos, porque es un elemento integrador de ideales profundos, que no destruye el alma de los pueblos colonizándola y sojuzgándola, sino que los aúna en un ideal común de solidaridad y justicia hermanadoras, que elimina las barreras raciales, culturales y sociales, respetando lo positivo de estos elementos diferenciadores y evitando lo que de injusto y disgregador pueda existir en ellos. No todos los hermanos tienen las mismas características físicas y temperamentales, pero sí deben estar inspirados por el mismo amor que les une y les hace considerarse hijos del mismo padre, al que de forma similar aman y respetan, esforzándose en vivir, cada uno según su temperamento, las exigencias comunes que su condición les impone.

En resumen, podemos afirmar que el Cristianismo está abierto a todos, y es posible para todos, porque Dios, en su amor infinito, no está cerrado a nadie y es accesible a aquellos que de corazón le buscan, realidad que ha sido y es una constante a lo largo de la Historia de la Humanidad.

Transcribo a continuación algunas citas que hacen referencia a lo dicho anteriormente.

<<En Cristo la religión ya no es buscar a Dios a tientas (cf. He. 17, 27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela (…). Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo, y por ello mismo, es su única y definitiva culminación>>. (En “Cristianismo y Religiones”, pág. 111 – de la Encíclica “Tertio Milenio adveniente”, de Juan Pablo II).

<<El problema que se plantea (…) es, en consecuencia el de la relación entre la universalidad del Cristianismo, que se fundamenta en la universalidad de la verdad, y la diversidad de las culturas: ¿Es posible resolver positivamente este problema? ¿Es factible conjugar la pluralidad de las culturas con la pretensión de la universalidad de la revelación?>>

<<El Papa cita un pasaje de San Pablo (Ef. 2, 13-14), que sirve de fundamento de cara a una respuesta al problema: la fe en Cristo es una llamada a la unidad de todo el género humano y a la participación en la vida divina. “Ante la riqueza de la salvación realizada por Cristo, caen las barreras que separan las diversas culturas” (Nº 70)>>.

<<La aceptación de la fe, de la novedad del Evangelio no implica la pérdida de la propia identidad cultural, sino que, al contrario, -como lo testimonia Ac. 2, 7-11- esta identidad se conserva y potencia con vistas a una plenitud que desarrolla las mejores tendencias implícitas de la naturaleza de cada cultura auténticamente humana>>. (Traducido de “Teología Actual”, nº 37; art. “Fe y Cultura: de la “Gaudium et Spes a la encíclica Fides et ratio”, pág. 27).

 <<Las culturas se alimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y subsistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a la acogida de lo nuevo.

Los cristianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, revelada por Él en la historia y en la cultura de un pueblo.

El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una diversidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación de la verdad.

 …el anuncio que el creyente lleva al mundo y a las culturas es una forma real de liberación de los desórdenes introducidos por el pecado y, al mismo tiempo, una llamada a la verdad plena>>. (Encíclica “Fe y razón”, del papa Juan Pablo II, punto 71, pág. 96 y 97).

<<La fe cristiana enriquece a todas y cada una de las culturas del mundo con los auténticos valores humanos y evangélicos, puesto que hay plena armonía entre el orden de la creación y el orden de la redención. Cuando Dios salva, respeta, perfecciona y eleva lo que ha creado>>. (Lluís Martínez Sistach, Arzobispo Metroplitano de Barcelona).

J.A.P.L.

16-10-1986

LA “SOLITUD DE DÉU”

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En el llibre “Del caos al cosmos”, de Teodor Suau, editat per Publicacions de l’Abadia de Montserrat, en la pàgina 87, hi ha el següent paràgraf:

El verset 18 [del Gènesi] ens introdueix una vegada més en la comprensió que l’autor té de Déu: algú preocupat radicalment per l’ADAM, del qual desitja tota la felicitat. Amb una afirmació insòlita: no li sabrà gens de greu corregir els seus propis plans, si l’ADAM ha de ser més feliç. És després d’haver-lo creat, que Déu s’adona que l’ADAM es troba sol! ¿Tal vegada, una solitud semblant a la que Ell ha patit, des de sempre, i que l’ha motivat a la creació?…

Pel que fa a aquesta última frase, voldria fer una petita observació. Al meu parer, Déu no és un Déu solitari. Recordem la relació trinitaria del Pare, el Fill i l’Esperit Sant: (“El Pare, coneixent-se des de tota l’eternitat, engendra eternament al Fill; el Pare i el Fill, estimant-se des de tota l’eternitat, produeixen eternament l’Esperit Sant”). Relació fecunda d’amor, que podriem denominar “familiar”,  entre les tres divines persones,  i  que, per la seva magnitud i la seva fecunditat, es desborda en la Creació de l’Univers i de tot el que s’hi conté, amb la culminació de l’ésser humà. Déu no tenia cap necessitat de crear el món. Ho fa per amor i amb absoluta llibertat. L’amor fecund (com tot amor veritable) del Déu trinitari, no s’esgota en el moment creacional, sino que continua, de tal manera que Déu va mantenint (recreant) la seva obra. I, fins i tot, al final dels temps, quan apareguin el “cel nou i la terra nova”, la seva Providència seguirà mantenint aquesta nova realitat, que durarà eternament.

Perquè l’ésser humà és reflex de Déu (fet a “la seva imatge i semblança”), també és un ésser al qui no li va la solitud. Per això Déu creà l’home i també la dona, els quals formaran una parella que també serà fecunda a través de l’amor mutu i donarà origen a la família, cèl.lula de la societat, que serà el nucli relacional de tot ésser humà, basat en una relació de fraternitat.

J.A.P.L.

2007

LA LLIBERTAT RELIGIOSA

La llibertat religiosa, segons el vicecustodi de Terra santa, fra Artemio Vítores, o.f.m.,

És un dret que té l’home de relacionar-se amb Déu, Artemio Vítoresautoritat transcendent i sagrada i que, per tant, està per damunt de qualsevol poder humà. No es tracta del valor salvífic de les religions o que una persona tingui aquest dret per pertànyer a la “fe vertadera” o que sigui considerada com a tal per un Estat, sigui aquesta jueva, cristiana o musulmana.

Es tracta que ningú en matèria religiosa, no pot ser coaccionat, és a dir, forçat a obrar “contra la seva consciència” i a ningú no se li pot impedir obrar “segons la seva consciència”, encara que aquesta sigui errònia.

No hi pot haver autèntica llibertad religiosa si la seva pràctica està condicionada per impediments legals, psicològics o econòmics. D’altra banda, no hi haurà llibertad religiosa si l’Estat elimina el que és essencial d’una religió en vistes d’un fals diàleg per la uniformitat.

LA “ASEIDAD” COMO FUNDAMENTO Y ORIGEN DE TODAS LAS PERFECCIONES DIVINAS

Pienso que tiene toda la razón G. K. Chesterton, cuando dice que

Hay evolucionistas que no pueden creer en un Dios que hace las cosas de la nada, y en cambio creen que de la nada han salido todas las cosas. No advierten que el problema del mundo es que no se explica por sí mismo.

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En efecto, si tan sólo un átomo de materia se hubiese creado a sí mismo, este átomo sería identificable con Dios. La esencia de Dios es la “aseidad”, es decir, el “existir por sí mismo”. Por ese motivo Dios es infinitamente perfecto en cualquier aspecto que se le considere, puesto que las imperfecciones y limitaciones, por pequeñas que sean, son carencias y, cualquier carencia, que sí es propia de los seres creados, no cabe en la “infinitud” e “inmensidad” absolutas que sólo Dios puede tener, precisamente por no haber sido creado por nadie y, como vuelvo a repetir, tener la cualidad de existir por sí mismo, “a se” desde toda la eternidad. Según el libro “El dogma católico”, de 6º año de Bachillerato, plan 1957:

La aseidad es el origen de todas las perfecciones divinas, ya que el ser subsistente por sí mismo tiene en sí la causa y razón de todas ellas y no depende de otro ser que se las limite. Dios tiene todas las perfecciones de modo infinito, es “Infinitamente infinito”, según frase de San Agustín.

Sólo puede haber un ser cuya característica sea la aseidad, pues los atributos que la misma confiere en grado infinito, y que son como <<las diversas caras [o facetas] de la única e infinita perfección de Dios>> (Ibidem), si Dios no la poseyera, no sería perfecto y, por lo tanto, no sería Dios. Así pues, no admite a ningún otro ser con esas cualidades. La propia infinitud e inmensidad de Dios, conllevan la unicidad, puesto que dos o más seres infinitos e inmensos son incompatibles, como la misma lógica nos puede hacer comprender. Sólo es posible un ser infinito e inmenso. Podemos poner un ejemplo para aclarar, en lo posible, este punto: Si tenemos un vaso y lo llenamos totalmente de agua, decimos que está completamente lleno y que ya no cabe ni una sola gota: el contenido llena por completo todo el espacio del recipiente, aunque en el ejemplo éste sea de capacidad limitada. Si cupiera la más minúscula gota de agua, ya no podríamos decir que estaba completamente lleno y, por lo tanto, habría perdido su cualidad de “plenitud”. En el asunto que estamos tratando, de “infinitud” e “inmensidad”, por lo que se refiere a Dios, que sobrepasa cualquier espacio imaginable. La infinitud de Dios significa que todas las cualidades las tiene en grado infinito (de lo contrario no sería perfecto) y la inmensidad  significa que, <<sin límites en cuanto a su duración, carece de ellos respecto a la extensión real o posible>>. (Ibidem).

A muchos se les hace difícil creer en un ser increado, omnipotente, infinito,  eterno, etc., que sobrepasa todo lo que el hombre puede imaginar o concebir, pero a mí me parece más creíble un Dios con estas características, que un Dios más asequible a la mentalidad humana, más a nuestra medida como los dioses griegos y romanos, así como los de otras religiones, hechos a imagen y semejanza del hombre, con sus virtudes y, sobre todo, con sus pasiones y defectos. Sólo la inaccesibilidad de nuestro intelecto a comprender la esencia de la divinidad, nos garantiza, o por lo menos nos hace más razonable, la posibilidad de la existencia de Dios. Dios trasciende y está por encima total y absolutamente de todo lo creado, ya sea material o espiritual,  y es distinto y no puede ser confundido ni identificado con ninguna de estas realidades, ni con ninguna fuerza o elemento propios de la Naturaleza.

De Dios conocemos lo que Él mismo, especialmente a través de Jesucristo, nos ha querido revelar, y por la experiencia que la teología tiene de aquello que ha de ser propio de la verdadera divinidad, descubre y reconoce, con la luz de la razón y de la fe, en el verdadero y único Dios, los atributos que le son propios (cf. op. cit.), como son los esenciales (eterno, único, inmenso, simplicísimo, inmutable); los operativos (omnisciente, omnipotente, omnipresente, sabio) y los morales (bueno, santo, veraz, justo, misericordioso), todos ellos en grado infinito. Un Dios del que pudiésemos llegar a comprender algunos aspectos esenciales de su ser, como conocemos, hasta cierto punto, la estructura de la materia y la mecánica de algunos fenómenos que se dan en el mundo natural, no respondería a la idea de un Ser Supremo que, por esencia y naturaleza, trasciende y está por encima de todo lo creado. Pero, sorprendentemente, ese Ser inmenso, infinito, todopoderoso, etc., es un ser cercano, que actúa en la Historia de la Humanidad, como se aprecia en el Antiguo Testamento y, en el Nuevo, con la encarnación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, quien, entre otras cosas, nos revela a Dios como Amor, y al que podemos llamar Padre nuestro.

No obstante, ese Dios personal y cercano, de la misma manera que, como he dicho antes, un Dios lejano y aparentemente inasequible, es motivo de increencia por parte de algunos, también lo es para otros esa cercanía que no llegan a comprender, tal vez por no haberla experimentado nunca, porque nunca la han buscado o han sabido apreciarla. Dios, aunque no siempre sea perceptible, está ahí y se hace presente a quien con sinceridad le busca y desea creer en Él.

 J.A.P.L.

Julio 2010